El Trabajo de Dios

The Work of God Apostolate index -
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Jesus nuestro Amor Eucarístico  

CAPITULO 5
EL QUE NOS DA A JESUS
 

El Sacerdote es "el Hombre de Dios" (2 Tim. 3:17).

El que nos da a Jesús

¿Quién es el que prepara para nosotros la Sagrada Eucaristía y nos da a Nuestro Señor? Es el sacerdote. Si no hubiera sacerdotes, no hubiera el Santo Sacrificio de la Misa, ni Comunión, ni la Presencia Real de Jesús en el Tabernáculo.

¿Y quién es el sacerdote? Es "el hombre de Dios" (2 Tim. 3:17). Es únicamente Dios quien lo escoge y lo llama de entre los hombres para una vocación muy especial. "Su vocación viene de Dios, igual que le vino la vocación a Aarón; nadie puede tomar este privilegio por sí mismo" (Heb. 5:4). Dios lo toma aparte de todos los demás; él es "escogido para predicar el Evangelio de Dios" (Rom. 1:1). Dios lo distingue con un caracter sagrado que dura para siempre, haciéndolo un "sacerdote para siempre" (Heb. 5:6), y otorgándole los poderes sobrenaturales del sacerdocio ministerial de modo que él es consagrado exclusivamente para las cosas de Dios.

El sacerdote, siendo "tomado de entre los hombres, es ordenado para los hombres en las cosas que pertenecen a Dios, para que ofrezca dones y sacrificios por los pecados" (Heb. 5:1).

Pobreza, Caridad y Obediencia

Por esta ordenación, el sacerdote es consagrado en alma y cuerpo. Se convierte en algo completamente sagrado, semejante al Sacerdote Divino, Jesús. Por consiguiente, el sacerdote es una verdadera extensión de Jesús, compartiendo la vocación y misión de Jesús. El llena el papel de Jesús en los trabajos más importantes de la redención universal; es decir, adoración divina y la proclamación del Evangelio. Está llamado a reproducir completamente en su propia vida, la vida de Jesús,- la vida del Uno quien era virgen, del Uno el quien era pobre, del Uno quien fué crucificado. Es por el hecho de hacerse como Jesús, que el es el "ministro de Cristo Jesús entre los Gentiles" (Rom. 15:16), "guía e instructor de las almas" (Mat. 28:20).

San Gregorio de Nyassa escribió: "Uno que ayer era del pueblo, se convierte en su amo, su superior, un maestro de cosas sagradas y guía en los sagrados misterios." Esto sucede por trabajo y obra del Espíritu Santo; pues "no es un hombre, ni un ángel, ni un arcángel, ni ningún poder creado, sino el Espíritu Santo quien confiere el sacerdocio a una persona" (San Juan Crisostomo). El Espíritu Santo convierte el alma del sacerdote en la imagen de Jesús; otorga al sacerdote el poder de llenar el papel de Jesús de tal modo que "el sacerdote en el altar, ocupa la parte personal de Jesús'' (San Cipriano), y "se hace cargo de todo lo de Dios'' (San Juan Crisostomo). Quién se asombrará pues si la dignidad sacerdotal es declarada "celestial" (Casiano); "divina" (San Dionisio), "infinita" (San Efren) algo "amorosamente venerada por los angeles" (San Gregorio Naciaceno); tan grande que "cuando el sacerdote conduce el Sacrificio Divino, los angeles se estacionan a su alrededor, y en coro, cantan un himno de alabanza en honor de la Víctima Quien es Sacrificada" (San Juan Crisóstomo). ¡Y esto sucede en cada Misa!

Respeto y Veneración

Sabemos que San Francisco de Asís no quizo ser sacerdote porque se consideraba indigno de tan sublime vocacíon. El honraba a los sacerdotes con una devoción especial, considerandolos como sus "señores", porque en ellos veía únicamente "al Hijo de Dios". Su amor por la Eucaristía onvergía con su amor por el sacerdote quien consagra y administra el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Tenia una veneración especial por las manos del sacerdote, las que acostumbraba siempre besar de rodillas, y con mucha devoción. Aun más, acostumbraba hasta besar los pies del sacerdote y las huellas que uno había dejado al caminar.

Siempre ha existido en la Iglesia la veneración de las manos consagradas del sacerdote, las que son besadas con reverencia por los fieles. Debe hacerse notar que durante la persecusión de los primeros siglos, un ultraje particular para los obispos y sacerdotes, consistía en cortarles las manos para que ya no pudieran llevar a cabo la consagracíon ni dar bendiciones. Los Cristianos acostumbraban a ir en busca de esas manos amputadas para guardarlas como reliquias, preservándolas en bálsamos y especies. El besar las manos del sacerdote es una expresión delicada de fé y amor por Jesús, a quien el sacerdote representa. Entre más Fé y amor hay entre la gente, más se venturarán a arrodillarse ante el sacerdote y a besar esas "manos santas y venerables" (Canon Romano), en las que amorosamente Jesús se hace presente a diario.

"¡Oh, la dignidad venerable del sacerdote", exclamaba San Agustín, "en cuyas manos se encarna el Hijo de Dios, igual que se encarnó en el Vientre de la Virgen!" El Santo Cura de Ars decía: "Ponemos un gran valor a objetos que se transmiten de generación en generación y que se conservan en Loretto, tales como el tazón sopero de la Virgen Santa y el del Niño Jesús. Pero los dedos del sacerdote que han tocado el Cuerpo adorable de Jesucristo, que se han puesto dentro del Cáliz donde estaba Su Sangre y en el Ciborio donde estaba su Cuerpo - ¿no puede ser que esos dedos sean más preciosos?" Quizá nunca antes pensamos en ello, pero en realidad es así. Ejemplos de los Santos confirman esta respuesta.

Durante un éxtasis, la Venerable Catarina Vannini vio a los Angeles apostarse alrededor de las manos del sacerdote durante la Misa, y sostenérse las durante la elevación de la Hostia y el Cáliz. ¡Ya nos podemos imaginar la reverencia y afecto con que esta Venerable sierva de Dios acostumbraba a besar esas manos!
La Reina Santa Eduviges asistía todas las mañanas a todas la Misas que se celebraban en la Capilla de la Corte, mostrando gratitud y reverencia hacia los sacerdotes que celebraban la Santa Misa. Tenía por costumbre ofrecerles hospitalidad, besar devotamente sus manos, asegurarse de que fueran alimentados y a que se les mostrara todo honor. Exclamaba mostrando un gran sentimiento: "¡Que Dios bendiga a quien hizo que Jesús bajara del Cielo y me Lo dió!"

San Pascual Baylon era portero en un Monasterio. Cada vez que llegaba un sacerdote, el Santo Hermano laico se arrodillaba y besaba sus dos manos reverentemente. La gente decía de el, como decían de San Francisco, que el tenia devoción por las manos consagradas de los sacerdotes. El juzgaba que esas manos tenían poder para alejar los males y para conseguir bendiciones a quien las trataba con veneración, puesto que son las manos de que Jesús hace uso.

¿Y no era edificante el ver como el Padre Pio de Pietrelcina deseaba besar afectuosamente las manos de los sacerdotes, al grado que en ocasiónes las tomaba sorpresivamente y sin que se lo esperaron, las besaba? Tambien estamos impresionados por el ejemplo de otro Siervo de Dios, el sacerdote Don Dolindo Ruotolo, quien no admitía que ningún sacerdote rehusara la "caridad" de permitir alguien el besar sus manos.

Sabemos que Dios ha premiado a menudo este acto de veneración por medio de milagros. Leemos en la vida de San Ambrosio, que un dia después de haber celebrado Misa, se le acercó al Santo una mujer que sufria paralisis y deseaba besar sus manos. La mujer tenia gran confianza en esas manos que habian consagrado la Eucaristia; e inmediatamente quedó curada. Igualmente en Benevento, una mujer que había sufrido de parálisis por quince años, pidió al Papa Leon IX le permitiera beber el agua que el había usado durante la Santa Misa para lavar sus dedos. El Santo Pontífice le concedió lo que pedía con tanta humildad, como aquella mujer de Canaán quien pidió a Jesús "Las migajas que caen de la mesa de sus señores" (Mat. 15:27). Y ella también fué curada instantáneamente.

La Fe de los Santos era algo verdaderamente grandioso y que producía resultados. Ellos vivían por la Fe (Rom. 1:17), y se conducían por medio de una Fe y un amor que no permitía reserva cuando trataban con Jesús. Para ellos, el sacerdote representaba ni más ni menos que a Jesús. "En los sacerdotes yo veo al Hijo de Dios," decía San Francisco de Asís. El Santo Cura de Ars remarcó en un sermón: "Cada vez que veo un sacerdote, pienso en Jesús." Cuando Santa María Magdalena de Pazzi hablaba de un sacerdote, acostumbraba a referirse a él como a "este Jesús". Por motivo de esta misma estimación, Santa Catarina de Siena acostumbraba a besar el piso por donde un sacerdote había pasado. Un día, Santa Verónica Giuliani vío que un sacerdote subía las escaleras del monasterio para llevar la Sagrada Comunión a los enfermos, y se arrodilló al pie de las escaleras, y entonces así, de rodillas, subió los escalones besando cada uno y humedeciéndolo con las lágrimas que su amor produjo. ¡Qué ejemplos de amor!

El Santo Cura de Ars solía decir: "Si yo me encontrara a un sacerdote y a un angel, le mostraría respeto primero al sacerdote, y después al angel ... Si no fuera por el sacerdote, la Pasión y Muerte de Jesús no nos ayudaría ... ¿Qué de bueno fuera un cofre lleno de oro si no hubiera alguien que lo abriera? El sacerdote tiene las llaves para los tesoros celestiales." ¿Quién hace que Jesús venga en las blancas Hostias? ¿Quién pone a Jesús en nuestros Tabernáculos? ¿Quién da Jesús a nuestras almas? ¿Quién purifica nuestros corazones para que podamos recibir a Jesús? Es el sacerdote y nadie más que el sacerdote. El es "el que sirve el Tabernáculo" (Heb. 13:10), quien tiene el "ministerio de la reconciliación" (2 Cor. 5:18), "quien es para ustedes un ministro de Jesucristo" (Col. 1:7), y distribuidores "de los misterios de Dios" (1 Cor. 4:1). ¡Oh, cuantas instancias se podrían reportar acerca de sacerdotes heróicos que se sacrificaron y se sacrifican para poder dar a Jesús sus rebaños! Aquí reportamos uno entre muchos casos.

Hace algunos años en una parroquia de Bretaña, un viejo pastor se encontraba en su lecho de muerte. Así mismo, uno de sus feligreces se acercaba a la misma hora al final de sus días; un parroquiano de aquéllos que se habían apartado de Dios y de la Iglesia. El Pastor se sentía apesadumbrado porque no podía levantarse para ir a verlo; por tal motivo, mandó a su sacerdote asistente a que lo fuera a ver, recomendándole que recordara al moribundo que en una ocasión había prometido que no moriría sin los Sacramentos. Al escuchar esto el feligres, se disculpó con estas palabras: "Yo le prometí eso al Pastor, no a tí." El asistente del Pastor tuvo que dejar al moribundo y fué a reportar esa respuesta a su Pastor. El Cura no se intimidó, y aunque comprendía que él mismo no tenía más que unas pocas horas de vida, se las arregló para que lo llevaran a la casa del pecador. Fué introducido a la casa, tuvo éxito y escuchó la confesión del moribundo, y le administró a Nuestro Señor en la Sagrada Comunión. Luego le dijo: "¡Que tengas buen viaje hasta que nos encontremos en el Paraíso!" El valeroso Pastor fué llevado de regreso a su Rectoria en una camilla. Al llegar, el sudario que llevaba sobre él fué levantado, mas el sacerdote no se movió. Había muerto.

Tengamos al sacerdote en veneración y estémos le agradecidos porque nos trae a Nuestro Señor. Sobre todo, oremos por el cumplimiento de esta misión privilegiada, la cual es la misión de Jesús: "Como Mi Padre Me envió, así Yo os envío" (Juan 20:21). Es una misión divina que abruma la mente, cuando uno piensa profundamente en el amor que la inspira. El sacerdote es "asemejado al Hijo de Dios" (Heb. 7:3), y el Santo Cura de Ars solía decir que "únicamente en el Cielo podremos medir la grandeza de esto. Si lo pudiéramos apreciar aquí en la tierra, moriríamos; no de terror, sino de amor ... Después de Dios, el sacerdote lo es todo."

Mas esta sublime grandiosidad trae consigo una responsabilidad enorme, la que pesa sobremanera en la pobre naturaleza humana del sacerdote, una naturaleza humana totalmente idéntica a la de cualquier otro hombre. "El sacerdote," dice San Bernardo, "por naturaleza es como todos los demás hombres; en dignidad sobrepasa a todos los demás hombres sobre la tierra; por su conducta se debería comparar con los angeles."
Un llamado divino, una misión sublime, una vida angelica, clase privílegiada ... ¡qué peso tan inmenso, y todo sobre los pobres hombros mortales! "El sacerdocio es una cruz y un martirio", era una buena descripción dada por ese excelente sacerdote y Siervo de Dios, Don Eduardo Poppe.

Consideren qué peso de responsabilidad por la salvación de las almas es el que descansa sobre el sacerdote. Su tarea es la de traer la Fe a los incrédulos, convertir a los pecadores, a los tibios inspirarles fervor, a los buenos estimularlos para que sean mejores, hacer que la gente santa camine por los niveles más elevados. ¿Ahora bien, como puede él hacer todo ésto a menos que mantenga una unión verdadera, una identificación con Jesús? Por eso es que el Padre Pio de Pietrelcina solía decir: "El sacerdote es o un santo, o un demonio." Mueve a las almas ya sea a la santidad, o a la ruina. Qué ruina tan incalculable no trae el sacerdote que profana su vocación por medio de una conducta indigna, o el que se ventura a pisotearla al renunciar su estado de alguien consagrado y escogido por el Señor. (Juan 15:16)

En los procesos canonícos para la canonización de San Juan Vianney, está escrito que el Santo Cura derramó muchas lágrimas "al pensar en la ruina de los sacerdotes que no corresponden a la santidad de su vocación." Padre Pio de Pietrelcina describió visiones que dejan el corazón lacerante, de los terribles dolores que Jesús sufre por la culpabilidad de vileza de los sacerdotes infieles.

Sabemos que Santa Teresa de Lisieux, la angélica Monja Carmelita, poco antes de morir hizo su última Sagrada Comunión por esta intención sublime ... la de obtener el regreso de un sacerdote descarriado que había renunciado a su vocación. Y sabemos que este sacerdote murió arrepentido, invocando a Jesús.

Sabemos que no son raras las almas, especialmente almas virginales, las que se han ofrecido voluntariamente como víctimas para ser sacrificadas a Dios por los sacerdotes. Estas almas son favorecidas por Jesús de una manera muy singular. Pero ofrezcamos también oraciones y sacrificios por los sacerdotes, por los que están en peligro y por los que estan más firmes y seguros, por los que se descarrían y por los que avanzan en perfección.

Y en particular, cada vez que veamos a un sacerdote en el altar, hagamos oración tambíen a Nuestra Señora, en las palabras del Venerable Carlos Giacinto: "Oh querida Señora, presta Tu corazón a este sacerdote a fin de que pueda celebrar dignamente la Misa." Mejor aún, pidamos más bien porque todos los sacerdotes sean capaces de imitar a San Cayetano, quien acostumbraba a prepararse para la celebración de la Santa Misa uniéndose tanto a la Santisima Virgen María, que se decía de él: "Celebra la Misa como si fuera Ella." Y en verdad, igual que Nuestra Señora recibió a Jesús en Sus brazos en Belén, similarmente el sacerdote recibe a Jesús en sus manos en la Santa Misa. Como Nuestra Señora ofreció a Jesús como la Víctima sobre el Calvario, similarmente el sacerdote ofrece al Cordero Divino que se sacrifica en el altar. Como Nuestra Señora dió Jesús a la humanidad, similarmente el sacerdote nos da Jesús en la Sagrada Comunión. De ese modo San Buenaventura declara que "todo sacerdote en el altar debiera ser identificado con Nuestra Señora; porque, puesto que fué por medio de Ella que este Sacratísimo Cuerpo nos ha sido dado, así por las manos del Sacerdote debe ser ofrecido." Y San Francisco de Asís dijo que Nuestra Señora representa el espejo de la santidad para todos los sacerdotes, dada la cercana aproximación que hay entre la Encarnación del Verbo en el vientre de María y la consagración de la Eucaristía en las manos del sacerdote.

 

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