Carta a mis Hijos - Tiempo de Cuaresma

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Queridos hijos:

Existen momentos y épocas en la vida en que somos llamados a escuchar cosas importantes que fácilmente se nos olvidan.

Primero que todo debemos recordar con alegría el hecho de que fuimos bautizados en el nombre de Dios el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Algo que suena muy sencillo y sin embargo representa algo grandioso en nuestras vidas. No somos solo hijos de un padre y una madre en la tierra, somos hijos de Dios Padre todo Poderoso, que a través de su Hijo Jesús nos ha abierto la puerta del cielo.

En el bautismo fuimos lavados del pecado original de nuestros primeros padres Adán y Eva, hemos sido restablecidos al orden de la Gracia y hemos sido vestidos con la luz de Cristo nuestro salvador.

Por obra del Espíritu Santo, Jesucristo el hijo de Dios se encarnó y se hizo hombre en las entrañas de la Virgen María. Siendo Dios se rebajo a nuestro estado imperfecto y vino a enseñarnos el camino al Padre Eterno. Esto lo hizo a través de su sacrificio en la cruz para el perdón de nuestros pecados y para nuestra redención.

La época de la cuaresma dura cuarenta días y comienza con el Día Miércoles de Ceniza, un día en el cual reconocemos nuestro pecado, nos arrepentimos y expresamos nuestro deseo de volver al camino que nos lleva a la vida eterna. Son cuarenta días de reflexión, meditación y resolución de enmendar nuestras vidas para obtener nuestra salvación.

La Cuaresma no es un invento de los hombres. El mismo Jesús durante cuarenta días estuvo en el desierto, ayunó y fue expuesto a las tentaciones del demonio. La Iglesia nos exhorta a hacer este ejercicio espiritual de penitencia, oración, ayuno y reflexión en un afán por salvarnos de la corriente del mundo que nos lleva al abismo de la perdición.

Y cual es la culminación de la Cuaresma? Después de cuarenta días de meditación en estos grandes misterios que unen nuestra vida temporal con la vida eterna llegamos al Viernes Santo, día solemne en que se revive la pasión y muerte de Jesucristo nuestro Salvador, día en que debemos estar purificados con las acciones de estos cuarenta días de penitencia, reflexión y oración para celebrar con Cristo el gran misterio de nuestra vida eterna en Dios.

Es un día de agradecimiento, porque al celebrar la Eucaristía estamos ofreciendo al Padre Eterno nuestro agradecimiento por el regalo de la Salvación. Jesucristo nos ha salvado del pecado, del demonio y de la muerte.

Mi llamado es para que ustedes no se duerman espiritualmente dándole poder al enemigo de nuestras almas. Los llamo urgentemente a que despierten de la rutina de sus vidas y hagan una pausa.

Yo soy su padre y no los podría engañar. Lo que les digo es por su propia salvación, algo que no está a mi alcance sino que es muy personal. Pero con toda mi responsabilidad les pido que se confiesen, que se alejen de los malos hábitos, que no tengan rencores en sus corazones, que perdonen y olviden de la manera que Jesús nos ha enseñado y que vivan no como mis hijos sino como hijos del Altísimo.

Celebren esta Semana Santa con un verdadero espíritu de humildad, reconociendo que somos pecadores, que nuestro pecado causó la venida del Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, el cual en su gran amor misericordioso decidió salvarnos entregando su vida con el inigualable martirio de su pasión y dolorosa muerte.

Aquí en la tierra agradecemos cuando alguien hace algo por nosotros. Esta deuda que tenemos con Jesucristo es algo que solo podemos pagar escuchando su palabra y viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios.

Nunca es tarde para cambiar, así que empecemos una vida nueva en Cristo Nuestro Señor.

Amen.


José de Jesús y María
El Trabajo de Dios

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