Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Cómo por el santo arcángel Gabriel fue evangelizada la concepción de María Santísima y cómo previno Dios a Santa Ana para esto con un especial favor.

INDICE   Libro  1   Capítulo  13    Versos:  178-189


178. Llegaron las peticiones de los Santos Joaquín y Ana a la presencia y trono de la Beatísima Trinidad, donde, siendo oídas y aceptadas, se les manifestó a los Santos Ángeles la voluntad Divina, como si a nuestro modo de entender las tres Divinas Personas hablaran con ellos y les dijeran: Determinado tenemos por Nuestra dignación que la Persona del Verbo tome carne humana y que en ella remedie a todo el linaje de los mortales; y a Nuestros siervos los Profetas lo tenemos manifestado y prometido, para que ellos lo profetizasen al mundo. Los pecados de los vivientes y su malicia es tanta, que nos obligaba a ejecutar el rigor de nuestra justicia; pero nuestra bondad y misericordia excede a todas sus maldades y no pueden ellas extinguir nuestra caridad. Miremos a las obras de nuestras manos, que criamos a nuestra imagen y semejanza para que fueran herederos y partícipes de nuestra eterna gloria (2 Pe., 3, 22). Atendamos a los servicios y agrado que nos han dado nuestros siervos y amigos y a los muchos que se levantarán y que serán grandes en nuestras alabanzas y beneplácito. Y singularmente pongamos delante de nuestros ojos aquella que ha de ser electa entre millares y sobre todas las criaturas ha de ser aceptable y señalada para nuestras delicias y beneplácito y que en sus entrañas ha de recibir a la Persona del Verbo y vestirle de la mortalidad de la carne humana. Y pues ha de tener principio esta obra en que manifestemos al mundo los tesoros de Nuestra Divinidad, ahora es el tiempo aceptable y oportuno para la ejecución de este sacramento. Joaquín y Ana hallaron gracia en Nuestros ojos, porque piadosamente los miramos y prevenimos con la virtud de nuestros dones y gracias. Y en las pruebas de su verdad han sido fieles y con sencilla candidez sus almas se han hecho aceptas y agradables en Nuestra presencia. Vaya Gabriel, Nuestro embajador, y déles nuevas de alegría para ellos y para todo el linaje humano y anuncíeles cómo nuestra dignación los ha mirado y escogido.
179. Conociendo los espíritus celestiales esta voluntad y decreto del Altísimo, el Santo Arcángel Gabriel, adorando y reverenciando a Su Alteza en la forma que lo hacen aquellas purísimas y espirituales sustancias, humillado ante el trono de la Beatísima Trinidad, salió de Él una voz intelectual que le dijo: Gabriel, ilumina, vivifica y consuela a Joaquín y Ana, nuestros siervos, y diles que sus oraciones llegaron a nuestra presencia y sus ruegos son oídos por nuestra clemencia; promételes que recibirán fruto de bendición con el favor de nuestra diestra y que Ana concebirá y parirá una hija a quien le damos por nombre MARÍA.
180. En este mandato del Altísimo le fueron revelados al
Arcángel San Gabriel muchos Misterios y sacramentos de los que pertenecían a esta embajada; y con ella descendió al punto del cielo empíreo y se le apareció a San Joaquín, que estaba en oración, y le dijo: Varón justo y recto, el Altísimo desde su Real Trono ha visto tus deseos y oído tus peticiones y gemidos y te hace dichoso en la tierra. Tu esposa Ana concebirá y parirá una hija que será bendita entre las mujeres (Lc., 1, 42) y las naciones la conocerán por Bienaventurada (Mt., 1, 20). El que es Dios eterno, increado y criador de todo, y en sus juicios rectísimo, poderoso y fuerte, me envía a ti, porque le han sido aceptas tus obras y limosnas. Y la caridad ablanda el pecho del Todopoderoso y apresura sus misericordias, que liberal quiere enriquecer tu casa y familia con la hija que concebirá Ana y el mismo Señor la pone por nombre MARÍA. Y desde su niñez ha de ser consagrada a su templo, y en él a Dios, como se lo habéis prometido. Será grande, escogida, poderosa y llena del Espíritu Santo y por la esterilidad de Ana será milagrosa su concepción y la hija será en vida y obras toda prodigiosa. Alaba, Joaquín, al Señor por este beneficio, engrandécele, pues con ninguna nación hizo tal cosa. Subirás a dar gracias al Templo de Jerusalén y, en testimonio de que te anuncio esta verdad y alegre nueva, en la Puerta Áurea encontrarás a tu hermana Ana, que por la misma causa irá al templo. Y te advierto que es maravillosa esta embajada, porque la concepción de esta niña alegrará el cielo y la tierra.
181. Todo esto le sucedió a San Joaquín en un sueño que se le dio en la prolija oración que hizo, para que en él recibiese esta embajada, al modo que sucedió después al Santo José, esposo de María Santísima, cuando se le manifestó ser su preñado por obra del Espíritu Santo (Mt., 1, 20). Despertó el dichosísimo San Joaquín con especial júbilo de su alma y, con prudencia candida y advertida, escondió en su corazón el sacramento del Rey (Tob., 12, 7); y con viva fe y esperanza derramó su espíritu en la presencia del Altísimo y, convertido en ternura y agradecimiento, le dio gracias y alabó sus inescrutables juicios; y para hacerlo mejor, se fue al templo, como se lo habían ordenado.
182. En el mismo tiempo que sucedió esto a San Joaquín, estaba la dichosísima Santa Ana en altísima oración y contemplación, toda elevada en el Señor y en el misterio de la Encarnación que esperaba del Verbo Eterno, de que el mismo Señor le había dado altísimas inteligencias y especialísima luz infusa. Y con profunda humildad y viva fe estaba pidiendo a Su Majestad acelerase la venida del Reparador del linaje humano, y hacía esta oración:
Altísimo Rey y Señor de todo lo criado, yo, vil y despreciada criatura, pero hechura de vuestras manos, deseara con dar la vida que de vos, Señor, he recibido obligaros para que Vuestra dignación abreviara el tiempo de nuestra salud. ¡Oh, si Vuestra piedad infinita se inclinase a nuestra necesidad! ¡Oh, si nuestros ojos vieran ya al Reparador y Redentor de los hombres! Acordaos, Señor, de las antiguas misericordias que habéis hecho con vuestro pueblo, prometiéndole vuestro Unigénito, y obligúeos esta determinación de infinita piedad. Llegue ya, llegue este día tan deseado. ¡Es posible que el Altísimo ha de bajar de su Santo Cielo! ¡Es posible que ha de tener Madre en la tierra! ¡Qué mujer será tan dichosa y bienaventurada! ¡Oh, quién pudiera verla! ¡Quién fuera digna de servir a sus siervas! Bienaventuradas las generaciones que la vieren, que podrán postrarse a sus pies y adorarla. ¡Qué dulce será su vista y conversación! Dichosos los ojos que la vieren y los oídos que la oyeren sus palabras y la familia que eligiere el Altísimo para tener Madre en ella. Ejecútese ya, Señor, este decreto, cúmplase ya vuestro divino beneplácito.
183. En esta oración y coloquios estaba ocupada santa Ana después de las inteligencias que había recibido de este inefable misterio y confería todas las razones que quedan dichas con el Santo Ángel de su guarda, que muchas veces, y en esta ocasión con más claridad, se le manifestó. Y ordenó el Altísimo que la embajada de la concepción de su Madre Santísima fuese en algo semejante a la que después se había de hacer de su inefable Encarnación. Porque Santa Ana estaba meditando con humilde fervor en la que había de ser Madre de la Madre del Verbo Encarnado, y la Virgen Santísima hacía los mismos actos y propósitos para la que había de ser Madre de Dios, como en su lugar diré (Cf. p. II n. 117). Y fue uno mismo el Ángel de las dos embajadas, y en forma humana, aunque con más hermosura y misteriosa apariencia se apareció a la Virgen María.
184. Entró el Santo Arcángel Gabriel en forma humana, hermoso y refulgente más que el sol, a la presencia de Santa Ana y díjola: Ana, sierva del Altísimo, Ángel del Consejo de Su Alteza soy, enviado de las alturas por su Divina dignación, que mira a los humildes en la tierra (Sal., 137, 6). Buena es la oración incesante y la confianza humilde. El Señor ha oído tus peticiones, porque está cerca de los que le llaman (Sal., 144, 18) con viva fe y esperanza y aguardan con rendimiento. Y si se dilata el cumplimiento de los clamores y se detiene en conceder las peticiones de los justos, es para mejor disponerlos y más obligarse a darles mucho más de lo que piden y desean. La oración y limosna abren los tesoros del Rey omnipotente (Tob., 12, 8) y le inclinan a ser rico en misericordias con los que le ruegan. Tú y Joaquín habéis pedido fruto de bendición; y el Altísimo ha determinado dárosle admirable y santo y con él enriqueceros de dones celestiales, concediéndoos mucho más de lo que habéis pedido. Porque habiéndoos humillado en pedir, se quiere el Señor engrandecer en concederos vuestras peticiones; que le es muy agradable la criatura cuando humilde y confiada le pide no coartando su infinito poder. Persevera en la oración y pide sin cesar el remedio del linaje humano para obligar al Altísimo. Moisés con oración interminada hizo que venciese el pueblo (Ex., 17, 11). Ester con oración y confianza le alcanzó libertad de la muerte. Judit por la misma oración fue esforzada en obra tan ardua como intentó para defender a Israel; y lo consiguió, siendo mujer flaca y débil. David salió victorioso contra Goliat, porque oró invocando el nombre del Señor. Elías alcanzó fuego del cielo para su sacrificio y con la oración abría y cerraba los cielos. La humildad, la fe y limosnas de Joaquín y las tuyas llegaron al Trono del Altísimo y me envió a mí, Ángel suyo, para que anuncie nuevas de alegría para tu espíritu; porque Su Alteza quiere que seas dichosa y bienaventurada. Elígete por madre de la que ha de engendrar y parir al Unigénito del Padre. Parirás una hija que por Divina ordenación se llamará María. Será bendita entre las mujeres y llena del Espíritu Santo. Será la nube (3 Re., 18, 44) que derramará el rocío del Cielo para refrigerio de los mortales y en ella se cumplirán las profecías de vuestros Antiguos Padres. Será la puerta de la vida y de la salud para los hijos de Adán. Y advierte que a Joaquín le he evangelizado que tendrá una hija que será dichosa y bendita, pero el Señor reservó el sacramento, no manifestándole que había de ser Madre del Mesías. Y por esto debes tú guardar este secreto; y luego irás al Templo a dar gracias al Altísimo, porque tan liberal te ha favorecido su poderosa diestra. Y en la Puerta Áurea encontrarás a Joaquín, donde conferirás estas nuevas. Pero a ti, bendita del Señor, quiere Su Grandeza visitarte y enriquecerte con sus favores más singulares y en soledad te hablará al corazón (Os., 2, 14) y dará origen a la Ley de Gracia, dando ser en tu vientre a la que ha de vestir de carne mortal al inmortal Señor, dándole forma humana; y en esta humanidad unida al Verbo se escribirá con su sangre la verdadera Ley de Misericordia (Heb., 9, 12).
185. Para que el humilde corazón de Santa Ana con esta embajada no desfalleciera en admiración y júbilo de la nueva que le daba el Santo Ángel, fue confortada por el Espíritu Santo su flaqueza; y así la oyó y recibió con dilatación de su ánimo y alegría incomparable. Y luego se levantó y fue al Templo de Jerusalén y topó a San Joaquín, como el Ángel les había dicho a entrambos. Y juntos dieron gracias al Autor de esta maravilla y ofrecieron dones particulares y sacrificios. Fueron de nuevo iluminados de la gracia del Divino Espíritu y, llenos de consolación Divina, se volvieron a su casa, confiriendo los favores que del Altísimo habían recibido y cómo el Santo Arcángel Gabriel a cada uno singularmente les había hablado y prometido de parte del Señor que les daría una hija que fuese muy dichosa y bienaventurada. Y en esta ocasión también se manifestaron el uno al otro cómo el mismo Santo Ángel antes de tomar estado les había mandado que los dos juntos le recibiesen por la voluntad divina, para servirle juntos. Éste secreto habían celado veinte años sin comunicarle uno a otro, hasta que el mismo Ángel les prometió la sucesión de tal hija. Y de nuevo hicieron voto de ofrecerla al Templo y que todos los años en aquel día subirían a él con particulares ofrendas y le gastarían en alabanza y hacimiento de gracias y darían muchas limosnas. Y así lo cumplieron después e hicieron grandes cánticos de loores y alabanzas al Altísimo.
186. Nunca descubrió la prudente matrona Ana el secreto a San Joaquín, ni a otra criatura alguna, de que su hija había de ser Madre del Mesías; ni el santo padre en el discurso de la vida conoció más de que sería grande y misteriosa mujer; pero en los últimos alientos, antes de la muerte, se lo manifestó el Altísimo, como diré en su lugar (Cf. infra n. 669). Y aunque se me ha dado grande inteligencia de las virtudes y santidad de los dos padres de la Reina del cielo, no me detengo más en declarar lo que todos los fieles debemos suponer; y por llegar al principal intento.
187. Hizo Dios un singular favor a Santa Ana. Tuvo una visión o aparecimiento de Su Majestad intelectualmente y por altísimo modo; y comunicándole en él grandes inteligencias y dones de gracias, la dispuso y previno con bendiciones de dulzura (Sal., 20, 4); y purificándola toda, espiritualizó la parte inferior del cuerpo y elevó su alma y espíritu, de suerte que desde aquel día jamás atendió a cosa humana que la impidiese para no tener puesto en Dios todo el afecto de su mente y voluntad, sin perderla jamás de vista. Díjola el Señor en este beneficio: Ana, sierva mía, yo soy Dios de Abrahán, Isaac y Jacob; mi bendición y luz eterna es contigo. Yo formé al hombre para levantarle del polvo y hacerle heredero de mi gloria y participante de mi Divinidad; y aunque en él deposité muchos dones y le puse en lugar y estado muy perfecto, pero oyó a la serpiente y perdiólo todo. Yo de mi beneplácito, olvidando su ingratitud, quiero reparar sus daños y cumplir lo que a mis siervos y profetas tengo prometido de enviarles mi Unigénito y su Redentor. Los cielos están cerrados, los Padres Antiguos detenidos, sin ver mi cara y darles yo el premio que tengo prometido de mi eterna gloria; y la inclinación de mi bondad infinita está como violentada no se comunicando al linaje humano. Quisiera ya usar con él de mi liberal misericordia y darle la persona del Verbo Eterno, para que se haga hombre, naciendo de mujer que sea madre y virgen inmaculada, pura, bendita y santa sobre todas las criaturas; y de esta mi escogida y única (Cant., 6, 8) te hago madre.
188. Los efectos que hicieron estas palabras del Altísimo en el Cándido corazón de Santa Ana, no los puedo yo fácilmente explicar, siendo ella la primera de los nacidos a quien se le reveló el misterio de su Hija Santísima, que sería Madre de Dios y nacería de sus entrañas la elegida para el mayor sacramento del poder Divino. Y convenía así que ella lo conociese, porque la había de parir y criar como pedía este misterio y saber estimar el tesoro que poseía. Oyó con humildad profunda la voz del Muy Alto, y con rendido corazón respondió: Señor, Dios eterno, condición es de vuestra bondad inmensa y obra de vuestro brazo poderoso levantar del polvo al que es pobre y despreciado (Sal., 112, 7). Yo, Señor Altísimo, me reconozco indigna criatura de tales misericordias y beneficios. ¿Qué hará este vil gusanillo en vuestra presencia? Sólo puedo ofreceros en agradecimiento Vuestro mismo ser y grandeza y en sacrificio mi alma y mis potencias. Haced de mí, Señor mío, a Vuestra voluntad, pues toda me dejo en ella. Yo quisiera ser tan dignamente vuestra como pide este favor; pero, ¿qué haré que no merezco ser esclava de la que ha de ser Madre de Vuestro Unigénito e hija mía? Así lo conozco y lo confesaré siempre y de mí que soy pobre; pero a los pies de vuestra grandeza estoy aguardando que uséis conmigo de Vuestra misericordia, pues sois Padre piadoso y Dios omnipotente. Hacedme, Señor, cual me queréis, según la dignidad que me dais.
189. Tuvo en esta visión Santa Ana un éxtasis maravilloso, en que le fueron concedidas altísimas inteligencias de las leyes de la naturaleza, escrita y evangélica; y conoció cómo la Divina naturaleza en el Verbo eterno se había de unir a la nuestra y cómo la humanidad santísima sería levantada al ser de Dios y otros muchos misterios de los que se habían de obrar en la Encarnación del Verbo divino; y con estas ilustraciones y otros divinos dones de gracia la dispuso el Altísimo para la concepción y creación del alma de su Hija Santísima y Madre de Dios.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #14

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