Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Continúanse otros trabajos de nuestra Reina y algunos que permitió el Señor por medio de criaturas y de la antigua serpiente.

INDICE   Libro  2   Capítulo  18    Versos:  689-712


689. Perseveraba siempre el Altísimo escondido y oculto con la Princesa del Cielo; y a este trabajo, que era el mayor, añadió Su Majestad otros con que se acrecentase el mérito, la gracia y la corona, inflamándose más el castísimo amor de la divina Señora. El Dragón grande y antigua serpiente Lucifer estaba atento a las obras heroicas de María Santísima; y si bien de las interiores no podía ser testigo de vista, porque se las ocultaron, pero estaba en asechanza de las exteriores, que eran tan altas y perfectas cuanto bastaba para atormentar la soberbia e indignación de este envidioso enemigo; porque le ofendía sobre toda ponderación la pureza y santidad de la niña María.
690. Movido con este furor juntó un conciliábulo en el infierno, para consultar sobre este negocio a los superiores príncipes de las tinieblas, y congregados les propuso este razonamiento: El gran triunfo que hoy tenemos en el mundo con la posesión de tantas almas como rendimos a nuestra voluntad, me recelo y temo se ha de ver deshecho y humillado por medio de una mujer; y no podemos ignorar este peligro, pues le conocimos en nuestra creación y después se nos notificó la sentencia que la mujer nos quebrantaría la cabeza (Gén., 3, 15); por lo cual nos conviene estar en vela y no tener descuido. Noticia tenéis ya de una niña que nació de Ana y va creciendo en edad y juntamente señalándose en virtudes; yo he puesto mi atención en todas sus acciones, movimientos y obras y no he reconocido, al tiempo común de entrar en el discurso y llegar a sentir sus pasiones naturales, que en ella se descubran los efectos de nuestra semilla y malicia como en los demás hijos de Adán se manifiestan. Véola siempre compuesta y perfectísima, sin poderla inclinar ni reducir a las parvuleces pecaminosas y humanas o naturales de otros niños, y por estos indicios me recelo si ésta es la escogida para Madre del que se ha de hacer hombre.
691. Pero no me puedo persuadir a esto; porque nació como los demás y sujeta a las leyes comunes de la naturaleza, y sus padres hicieron oración y ofrendas para que a ellos y a ella les fuera perdonada la culpa, siendo llevada al templo como las demás mujeres. Con todo eso, aunque no sea ella la escogida contra nosotros, tiene grandes principios en su niñez y prometen para adelante señalada virtud y santidad, y no puedo tolerar su modo de proceder con tanta prudencia y discreción. Su sabiduría me abrasa, su modestia me irrita, su paciencia me indigna y su humildad me destruye y oprime y toda ella me provoca a insufrible furor y la aborrezco más que a todos los hijos de Adán. Tiene no sé qué virtud especial, que muchas veces quiero llegar a ella y no puedo, y si le arrojo sugestiones no las admite, y todas mis diligencias con ella hasta ahora se han desvanecido sin tener efecto. Aquí nos importa a todos el remedio y poner mayor cuidado para que nuestro principado no se arruine. Yo deseo más la destrucción de esta alma sola que de todo el mundo. Decidme, pues, ahora, qué medios, qué arbitrios tomaremos para vencerla y acabar con ella; que yo ofrezco los premios de mi liberalidad a quien lo hiciere.
692. Ventilóse el caso en aquella confusa sinagoga, sólo para nuestro daño concertada, y entre otros pareceres dijo uno de aquellos horribles consiliarios:
Príncipe y señor nuestro, no te atormentes con tan pequeño cuidado, que una mujercilla flaca no será tan invencible y poderosa como lo somos todos los que te seguimos. Tú engañaste a Eva (Gén., 3, 4), derribándola del feliz estado que tenía, y por ella venciste a su cabeza Adán; pues ¿cómo no vencerás a esa Mujer su descendiente, que nació después de su primera caída? Prométete desde luego esta victoria; y para conseguírla determinemos, aunque resista muchas veces, perseverar en tentarla; y si necesario fuere que deroguemos en alguna cosa nuestra grandeza y presunción, no reparemos en ello a trueco de engañarla; y si no bastare, procuraremos destruir su honra, y quitarémosle la vida.
693. Otros demonios añadieron a esto, y dijeron a Lucifer: Experiencia tenemos, ¡oh poderoso príncipe!, que para derribar muchas almas es medio poderoso valemos de otras criaturas como eficaz medio para obrar lo que por nosotros mismos no alcanzamos, y por este camino trazaremos y fabricaremos la ruina de esta mujer, observando para esto el tiempo y coyunturas más oportunas que nos ofreciere con su proceder. Y sobre todo importa que apliquemos nuestra sagacidad y astucia para que una vez pierda la gracia con algún pecado y, en faltándole este apoyo y protección de los justos, la perseguiremos y comprenderemos como a quien está sola y sin haber en ella quien la pueda librar de nuestras manos, y trabajaremos hasta reducirla a la desconfianza del remedio.
694. Agradeció Lucifer estos arbitrios y esfuerzo que le dieron sus secuaces cooperadores de la maldad, y recíprocamente les mandó y exhortó le acompañasen los más astutos en la malicia, constituyéndose de nuevo por caudillo de tan ardua empresa; porque no la quiso fiar de otras manos que las suyas. Y aunque le asistían otros demonios, pero el mismo Lucifer en persona se halló siempre el primero en tentar a María y a su Hijo Santísimo en el desierto, y en el discurso de sus vidas, como en ésta veremos adelante.
695. Por todo este tiempo nuestra divina Princesa continuaba las congojas y dolor de la ausencia de su Amado, cuando aquella infernal cuadrilla embistió de tropel para tentarla. Pero la virtud Divina que la hacía sombra impidió los conatos de Lucifer para que no pudiese acercarse mucho a ella, ni ejecutar todo lo que intentaba; pero con permiso del Altísimo le arrojaban en sus potencias muchas sugestiones y pensamientos varios de suma iniquidad y malicia; porque no extrañó el Señor que la Madre de la Gracia fuese también tentada en todo, pero sin pecado (Heb., 4, 15), como lo había de ser después su Hijo Santísimo.
696. En este nuevo conflicto no se puede fácilmente concebir cuánto padeció el purísimo y candidísimo corazón de María, viéndose rodeada de sugestiones tan extrañas y distantes de su inefable pureza y de la alteza de sus divinos pensamientos. Y como la antigua serpiente la reconocía a la gran Señora afligida y llorosa, pretendió con esto cobrar mayor esfuerzo, cegándole su misma soberbia, porque ignoraba el secreto del cielo. Pero animando a sus infernales ministros, les dijo:
Persigámosla ahora, persigámosla, que ya parece logramos nuestros intentos y siente la tristeza, camino de la desconfianza.Y con este engaño le enviaron nuevos pensamientos de desmayo y desconfianza y con terribles imaginaciones la combatieron, aunque en vano, porque herida la piedra de la generosa virtud, con mayor fuerza despide más centellas y fuego de divino amor. Estuvo nuestra invencible Reina tan superior e inmóvil a la batería del infierno, que en su interior ni se alteró, ni dio por entendida a tantas sugestiones, más de para reconcentrarse en sus incomparables virtudes y levantar más la llama del divino incendio de amor que en su pecho ardía.
697. Como ignoraba el Dragón la oculta sabiduría y prudencia de nuestra Soberana Princesa, aunque la reconocía fuerte y sin turbarle las potencias, y sentía la resistencia de la virtud Divina, con todo eso perseveraba en su antigua soberbia, acometiendo a la Ciudad de Dios por diversos modos y baterías. Pero, aunque el astuto enemigo con un mismo afecto mudaba los ingenios, venían a ser sus máquinas como las de una débil hormiga contra un muro diamantino. Era nuestra Princesa la mujer fuerte, de quien se puede fiar el corazón de su varón (Prov., 31, 11) sin recelos de hallar frustrados sus deseos. Era su adorno la fortaleza que la llenaba de hermosura; y su vestido que le servía de gala, eran la Pureza y Caridad. No podía sufrir la inmunda y altiva serpiente este objeto, cuya vista le deslumbraba y turbaba con nueva confusión; y así trató de quitarla la vida, forcejando mucho en esto todo aquel escuadrón de espíritus malignos; y en este conato gastaron algún tiempo, sin más efecto que en los demás.
698. Grande admiración me ha hecho el conocimiento de este sacramento tan oculto, considerando a lo que se extendió el furor de Lucifer contra María Santísima en sus primeros años, y por otra parte la oculta y vigilante protección del Altísimo para defenderla. Veo al Señor cuán atento estaba a su Esposa electa y única entre las criaturas; y miro juntamente a todo el infierno convertido en furor contra ella, y estrenando la suma indignación que hasta entonces no había ejecutado con otra criatura, y la facilidad en que el poder Divino desvanecía todo el poder y astucia infernal. ¡Oh más que infeliz y mísero Lucifer, cuánto es mayor tu soberbia y arrogancia que tu fortaleza! (Is., 16, 6) Muy débil y enano eres para tan loca presunción; desconfía ya de ti y no te prometas tantos triunfos, pues una tierna niña quebrantó tu cabeza, y en todo y por todo te dejó vencido. Confiesa que vales y sabes poco, pues ignoraste el mayor sacramento del Rey, y que te humilló su poder con el instrumento que tú despreciabas, de una mujer flaca y niña en la condición de su naturaleza. ¡Oh cómo sería grande tu ignorancia, si los mortales se valiesen de la protección del Altísimo, y del ejemplar e imitación e intercesión de esta victoriosa y triunfadora Señora de los Ángeles y los hombres!
699. Entre estas alternadas tentaciones y combates era incesante la oración fervorosa de María Santísima, y decía al Señor: Ahora, Dios mío Altísimo, que estoy en la tribulación, estaréis conmigo (Sal., 90, 15); ahora que de todo mi corazón os llamo y busco vuestras justificaciones (Sal., 118, 145), llegarán mis peticiones a vuestros oídos; ahora que padezco tan gran violencia, responderéis por mí (Is., 38, 14); vos, Señor y Padre mío, sois mi fortaleza y mi refugio (Sal., 30, 4), y por vuestro santo nombre me sacaréis del peligro, me encaminaréis para el seguro camino y me alimentaréis como hija vuestra.Repetía también muchos misterios de la Sagrada Escritura, y en especial los Salmos que hablan contra los enemigos invisibles; y con estas invencibles armas, sin perder un átomo de la paz, igualdad y conformidad interior, antes confirmándose más en ella, elevado su purísimo espíritu en las alturas, peleaba, resistía y vencía a Lucifer con incomparable agrado del Señor y merecimientos.
700. Vencidas ya estas ocultas tentaciones y peleas, comenzó otro nuevo duelo la serpiente por medio e intervención de las criaturas, y para esto arrojó ocultamente algunas centellas de envidia y emulación contra María Santísima en el pecho de las doncellas compañeras suyas, que asistían en el Templo. Este contagio tenía el remedio tanto más dificultoso, cuanto se ocasionaba de la puntualidad con que nuestra divina Princesa acudía al ejercicio de todas las virtudes, creciendo en sabiduría y gracia para con Dios y con los hombres; que donde pica la ambición de la honra, las mismas luces de la virtud encandilan el juicio y le deslumbran, y aun encienden la llama de la envidia. Administrábales el Dragón a las simples doncellas muchas sugestiones interiores, persuadiéndolas que a vista del sol de María Santísima quedaban ellas oscurecidas y poco estimadas y que sus propias negligencias eran más conocidas de la maestra y de los sacerdotes y que sola María sería la preferida en estado y estimación de todos.
701. Admitieron esta mala semilla en su pecho las compañeras de nuestra Reina y, como poco advertidas y ejercitadas en las batallas espirituales, la dejaron crecer hasta que llegó a redundar en interior aborrecimiento con la Purísima María. Este odio pasó a indignación, con que la miraban y trataban no pudiendo sufrir la modestia de la cándida paloma; porque el Dragón las incitaba, revistiendo a las incautas doncellas del mismo furor que él había concebido contra la Madre de las virtudes. Perseverando más la tentación se fue también manifestando en los efectos y llegaron las doncellas a conferirla entre sí mismas, ignorando de qué espíritu eran; y concertaron molestar y perseguir a la Princesa del mundo, no conocida, hasta despedirla del Templo; y llamándola aparte, la dijeron palabras muy pesadas, tratándola con modo muy imperioso de gestera, hipócrita y que sólo trataba de granjear con artificio la gracia de la Maestra y sacerdotes y desacreditar a las demás compañeras, murmurando de ellas y encareciendo sus faltas, siendo ella la más inútil de todas, y que por esto la aborrecían como al enemigo.
702. Estas contumelias y otras muchas oyó la prudentísima Virgen sin recibir turbación alguna, y con igual humildad respondió: Amigas y señoras mías, razón tenéis por cierto que yo soy la menor y más imperfecta de todas; pero vosotras, mis hermanas, como más advertidas habéis de perdonar mis faltas y enseñar mi ignorancia, encaminándome para que acierte en hacer lo mejor y en daros gusto. Yo os suplico, amigas, que aunque soy tan inútil, no me neguéis vuestra gracia, no creáis de mí que deseo desmerecerla, porque os amo y reverencio como sierva y lo seré en todo lo que gustareis; haced experiencia de mi buena voluntad; mandadme, pues, y decidme lo que de mí queréis.
703. No ablandaron estas humildes y suaves razones de la modestísima María el pecho endurecido de sus amigas y compañeras, poseídas de la saña furiosa que el Dragón tenía contra ella; antes irritándose él más, las incitaba e irritaba también a ellas, para que con la dulce triaca se entumeciesen más la mordedura y veneno serpentino derramado contra la mujer que había sido señal grande en el cielo (Ap., 12, 15). Fuese continuando muchos días esta persecución, sin que fuesen poderosas la humildad, paciencia, modestia y tolerancia de la divina Señora para templar el odio de sus compañeras; antes se avanzó el demonio a proponerles muchas sugestiones llenas de temeridad, para que pusiesen las manos en la humildísima cordera y la maltratasen, y aun le quitasen la vida. Pero el Señor no permitió que tan sacrílegos pensamientos se ejecutasen, y a lo que más se extendieron fue a injuriarla de palabra y darle algunos empellones. Pasaba esta batalla en secreto, sin haber llegado a noticia de la Maestra ni de los sacerdotes; y en este tiempo la Santísima María granjeaba incomparables merecimientos y dones del Altísimo con la materia que se le ofrecía de ejercitar todas las virtudes con Su Majestad y con las criaturas que la perseguían y aborrecían. Con ellas hizo heroicos actos de Caridad y humildad, dando bien por mal, bendiciones por maldiciones, obsecraciones por blasfemias (1 Cor., 4, 12-13) y cumpliendo en todo con lo perfecto y más alto de la Divina Ley. Con el Altísimo ejercitó las más excelentes virtudes, rogando por las criaturas que la perseguían, humillándose con admiración de los Ángeles, como si fuera la más vil de los mortales y merecedora de lo que con ella hacían; y todas estas obras excedían al juicio de los hombres y al más alto merecimiento de los Serafines.
704. Sucedió un día que, atropelladas aquellas mujeres de la tentación diabólica, llevaron a la princesa María a un aposento retirado y, pareciéndoles estaban más a su salvo, la llenaron de injurias y contumelias desmedidas para irritar su mansedumbre y desquiciar su inmóvil modestia con algún desairado ademán. Pero como la Reina de las virtudes no podía ser esclava de algún vicio ni por sólo un instante, mostróse más invencible su paciencia cuando fue más necesaria, y las respondió con mayor agrado y dulzura. Ofendidas ellas de no conseguir su desordenado intento, alzaron la voz destempladamente, de manera que siendo oídas en el Templo, fuera de lo que se acostumbraba, causaron grande novedad y confusión. Acudieron al ruido los sacerdotes y Maestra y, dando lugar el Señor a esta nueva aflicción de su Esposa, preguntaron con severidad la causa de aquella inquietud. Y callando la mansísima paloma, respondieron las otras doncellas con mucha indignación, y dijeron: María de Nazaret nos trae a todas inquietas y alteradas con su terrible condición, y fuera de vuestra presencia nos desconsuela y provoca, de suerte que si no sale del Templo no será posible tener todas paz con ella. Si la sufrimos, es altiva, y si la reprendemos se burla de todas, postrándose a los pies con fingida humildad, y después lo murmura y lo inquieta todo entre nosotras.
705. Los sacerdotes y Maestra llevaron a otro aposento a la Señora del mundo y allí la reprendieron con la severidad consiguiente al crédito que dieron por entonces a sus compañeras; y habiéndola exhortado que se enmendase y procediese como quien vivía en la casa de Dios, la amenazaron que si no lo hacía la despedirían y echarían del templo. Y esta amenaza fue el mayor castigo que pudieron darle, aunque hubiera tenido alguna culpa, siendo ignorante en todas las que le imputaban. Quien tuviere del Señor inteligencia y luz para conocer alguna parte de la profundísima humildad de María Santísima, entenderá algo de los efectos que en su candidísimo corazón obraban estos misterios; porque se juzgaba por la más vil de los nacidos y la más indigna de vivir entre ellos y pisar la tierra. Enternecióse un poco la Prudentísima Virgen con esta conminación y con lágrimas respondió a los Sacerdotes, y les dijo: Señores, yo agradezco el favor que me hacéis con reprenderme y enseñarme como a tan imperfecta y vil mujer; pero suplicóos me perdonéis, pues sois Ministros del Altísimo, y disimulando mis defectos me gobernéis en todo para que yo acierte mejor que hasta ahora a dar gusto a Su Majestad y a mis hermanas y compañeras; que con la gracia del Señor lo propongo de nuevo y comenzaré desde hoy.
706. Añadió nuestra Reina otras razones llenas de dulcísima candidez y modestia; con que la dejaron la Maestra y Sacerdotes, advirtiéndola de nuevo de la misma doctrina de que ella era sapientísima Maestra. Fuese luego a las demás compañeras y doncellas y postrándose a sus pies les pidió perdón, como si los defectos que la imputaban pudieran caer en la que era Madre de la inocencia. Admitiéronla ellas mejor por entonces, juzgando que sus lágrimas eran efecto del castigo y reprensión de los Sacerdotes y Maestra, a quienes habían reducido a su intento mal gobernado. El Dragón, que ocultamente iba urdiendo esta tela, levantó a mayor altivez y presunción los incautos corazones de todas aquellas mujeres y, como habían hecho camino en el de los mismos Sacerdotes, prosiguieron con mayor audacia en desacreditar y descomponer con ellos a la Purísima Virgen. Para esto fabricaron nuevas fabulaciones y mentiras con instinto del mismo Demonio; pero nunca dio lugar el Altísimo que se dijese ni presumiese cosa muy grave ni indecente de la que tenía escogida para Madre Santísima de su Unigénito. Y sólo permitió que la indignación y engaño de las doncellas del templo llegase a encarecer mucho algunas pequeñas aunque fingidas faltas que la imputaban, y que por mayor hiciesen muchas hazañerías mujeriles; cuanto bastaba para que ellas declarasen su inquietud y con ella y con las reprensiones de la Maestra y Sacerdotes tuviese nuestra humildísima Señora María ocasión de ejercitar las virtudes y acrecentar los dones del Altísimo y el colmo de merecimientos.
707. Todo lo hacía nuestra Reina con plenitud de agrado en los ojos del Señor, que se recreaba con el olor suavísimo de aquel humilde nardo (Cant., 1, 11), maltratado y despreciado de las criaturas que no le conocían. Repetía sus clamores y gemidos por la ausencia continuada de su amado, y en una de estas ocasiones le dijo: Sumo bien y Señor mío de misericordias infinitas, si vos que sois mi Dueño y mi Hacedor me habéis desamparado, no es mucho que todo el resto de las criaturas me aborrezcan y se conviertan contra mí. Todo lo merece mi ingratitud a vuestros beneficios; pero siempre os reconozco y os confieso por mi refugio y mi tesoro; Vos sólo sois mi bien, mi amado y descanso, y si lo sois y os tengo ausente ¿cómo sosegará mi afligido corazón? Las criaturas hacen conmigo lo que deben, pero aun no llegan a tratarme como merezco, porque Vos, Señor y Padre mío, en afligir sois parco y en premiar liberalísimo. Descontad, Señor, mis negligencias con el dolor de haberos ocultado a mi interior y pagad con larga mano el bien que Vuestras criaturas me granjean, obligándome a conocer más Vuestra bondad y mi vileza; levantad, Señor, a la menesterosa del polvo de la tierra (1 Sam., 2, 8) y renovad a la que es pobre y vilísima entre las criaturas, y vea yo Vuestro Divino Rostro y seré salva (Sal., 79, 4).
708. No será posible ni necesario referir todo lo que sucedió a nuestra gran Princesa en esta prueba de sus virtudes; pero, dejándola por ahora en ella, será vivo ejemplar para llevar con dilatación cualquiera trabajo los que necesitamos de las penas y de duros golpes para satisfacer nuestros pecados y domar nuestra cerviz al yugo de la mortificación. No cometió culpa ni se halló dolo en nuestra inocentísima paloma, y padeció con humilde silencio y tolerancia ser de balde aborrecida y perseguida; pues hallémonos en su presencia confundidos los que una leve injuria que todas son muy leves para quien tiene a Dios por enemigo reputamos por irreparable ofensa hasta vengarla. Poderoso era el Altísimo para desviar de su escogida y Madre cualquiera persecución y contrariedad, pero, si en esto usara de su poder, no le manifestara en conservarla perseguida, ni le diera prendas tan seguras de su amor, ni ella consiguiera el dulce fruto de amar a los enemigos y perseguidores. Indignos nos hacemos de tanto bien cuando en los agravios levantamos el grito contra las criaturas y el corazón soberbio contra el mismo Dios que en todo las gobierna, y no se quieren sujetar a su Hacedor y Justificador que sabe de lo que necesitan para su salud.
Doctrina de la Reina del Cielo María Santísima.
709. Pues adviertes, hija mía, en el ejemplar de estos sucesos, quiero que él te sirva de doctrina y enseñanza para que con aprecio la escondas en tu pecho, dilatándole para recibir con alegría las persecuciones y calumnias de las criaturas, si fueres participante de este beneficio. Los hijos de perdición que sirviendo a la vanidad ignoran el tesoro de padecer injurias y perdonarlas, hacen honra de la venganza, que aun en los términos de la ley natural es la mayor vileza y fealdad de todos los vicios; porque se opone más a la razón natural y nace de corazón no humano sino brutal o ferino y, por el contrario, el que perdona las injurias y las olvida aunque no tenga Fe Divina ni luz del Evangelio por esta magnanimidad se hace superior, como rey de la misma naturaleza; porque tiene de ella lo más noble y excelente y no paga el vilísimo tributo de hacerse fiera irracional con la venganza.
710. Y si tanto se opone el vicio de la venganza con la misma naturaleza, considera, carísima, qué oposición tendrá con la gracia y cuán odioso y aborrecible será el vengativo en los ojos de mi Hijo Santísimo, que se hizo hombre, murió y padeció sólo por perdonar y para que el linaje humano alcanzase perdón de las injurias cometidas contra el mismo Señor. Contra esta intención y obras suyas y contra su misma naturaleza y bondad infinita se opone la venganza; y cuanto en ella es, el vengativo destruye todo punto al mismo Dios y sus obras; y así merece singularmente por este pecado que le destruya Dios con todo su poder. Entre el que perdona y sufre las injurias y entre el vengativo, hay la misma diferencia que entre el hijo único y heredero y el enemigo mortal: éste provoca toda la fuerza de la indignación de Dios y el otro merece todos los bienes y los adquiere; porque en esta gracia es imagen perfectísima del Padre Celestial.
711. Quiero, alma, entiendas que padecer las injurias con igualdad de corazón y perdonarlas enteramente por el Señor, será más grato a sus ojos que si por tu voluntad hicieres rígidas penitencias y derramares tu propia sangre. Humíllate a los que te persiguen, ámalos y ruega por ellos con verdadero corazón; y con esto rendirás a tu amor el corazón de Dios, subirás a lo perfecto de la santidad y vencerás a todo el infierno. Aquel gran Dragón que a todos persigue, le confundía yo con la humildad y mansedumbre y no podía su furor tolerar estas virtudes y más veloz que un rayo huía por ellas de mi presencia; y así alcancé con ellas grandes victorias para mi alma y gloriosos triunfos para la exaltación de divinidad. Cuando alguna criatura se movía contra mí, no concebía indignación contra ella, porque de verdad conocía era instrumento del Altísimo, gobernado por su Providencia para mi bien propio; y este conocimiento y considerarla hechura de mi Señor y capaz de su gracia, me atraían para que la amase con verdad y fuerza, y no sosegaba hasta remunerarle este beneficio con alcanzarle, en cuanto me era posible, la salvación eterna.
712. Procura, pues, y trabaja por imitar lo que has entendido y escrito, y muéstrate mansísima, pacífica y agradable a los que te fueren molestos; estímalos con verdad en tu corazón; y no tomes venganza del mismo Señor por tomarla de sus instrumentos, ni desprecies la estimable margarita de las injurias; y cuanto es de tu parte dales siempre bien por mal (Rom., 12, 14), beneficios por agravios, amor por aborrecimientos, alabanzas por vituperios, bendición por maldición; y serás hija perfecta de tu Padre (Mt., 5, 45) y esposa amada de tu Dueño, mi amiga y mi carísima.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #66

INDICE  Arriba ^^