Apostolado del Trabajo de Dios

El Trabajo de Dios - Indice
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 Meditaciones- Horas de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Por la Sierva de Dios, Louisa Piccarreta, pequeña hija de la Divina Voluntad

Oración para desarmar a la Justicia Divina. Oración para desarmar a la Justicia Divina.


Crucificado Amor mío, yo también quiero seguirte ante el Trono del Eterno, y junto contigo quiero desarmar a la Divina Justicia. Hago mía tu santísima Humanidad, me uno con mi voluntad a la Tuya y junto contigo quiero hacer lo que haces Tú... Es más, permíteme que corran mis pensamientos en los tuyos; mi amor, mi voluntad, mis deseos en los tuyos; mis latidos corran en tu Corazón y todo mi ser, en ti, a fin de que no deje escapar nada y repita acto por acto y palabra por palabra todo lo que haces Tú.

Pero veo, crucificado Bien mío, que Tú, viendo al Divino Padre grandemente indignado contra las criaturas, te postras ante El y ocultas a todas las criaturas dentro de tu santísima Humanidad, poniéndolos al seguro, para que el Padre, mirándonos en ti, no nos eche a las criaturas de Sí. Y si las mira airado, es porque todas las almas han desfigurado la bella imagen que El creó, y no tienen más pensamientos que para desconocerlo y ofenderlo, y de su inteligencia, que debía ocuparse en comprenderlo, forman por el contrario una guarida donde anidan todos los pecados... Y Tú, oh Jesús mío, para aplacarlo, atraes la atención del Divino Padre a que mire tu santísima cabeza traspasada en medio de atroces dolores, que en tu mente tienen cono clavadas a todas las inteligencias de las criaturas, y por las cuales y por cada una ofreces una expiación para satisfacer a la Divina Justicia. ¡Oh, cómo estas espinas son ante la Majestad Divina voces piadosas que excusan todos los malos pensamientos de las criaturas!

Jesús mío, mis pensamientos sean uno solo con los tuyos; por eso contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante la Divina Majestad por todo el mal que hacen todas las criaturas con la inteligencia. Permíteme que tome tus espinas y tu misma Inteligencia, y que vaya recorriendo contigo todas las criaturas y una tu Inteligencia a las suyas, y que con la santidad de tu Inteligencia les devuelva la primera Inteligencia, tal como fue por ti creada; que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de las criaturas en ti, Y que con tus espinas traspase la mente de todas y de cada una de las criaturas y te devuelva el dominio y el gobierno de todas... Ah sí, oh Jesús mío, Tú solo sé el dominador de cada pensamiento, de cada acto de todas las gentes; rige Tú solo cada cosa, y sólo así la faz de la tierra, que causa horror y espanto, será renovada.

Mas me doy cuenta, crucificado Jesús, que aún ves al Divino Padre indignado, que mira a las pobres criaturas y las ve a todas tan enfangadas de pecados y cubiertas con las más repugnantes asquerosidades, que dan asco a todo el Cielo. ¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, casi no reconociendo como obra de sus manos santísimas a la pobre criatura! Es más, parece que sean otros tantos monstruos ocupan la tierra y que atraen la indignación de la mirada del Padre... Pero Tú, oh Jesús mío, para aplacarlo tratas de endulzarlo cambiando sus ojos por los tuyos, haciéndole verlos cubiertos de sangre e hinchados de lágrimas; y lloras ante la Divina Majestad para moverla a compasión por la desgracia de tantas pobres criaturas, y oigo que le dices:

"Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada vez más se va enfangando con pecados, hasta no merecer ya tu mirada paterna; pero mírame, oh Padre: Yo quiero llorar tanto ante Ti, que forme un baño de lágrimas y de sangre para lavar todas las inmundicias con que se han cubierto las criaturas. Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme?

¡No, no puedes; soy tu Hijo! Y a la vez que soy tu Hijo soy también la Cabeza de todas las criaturas, y ellas son mis miembros... ¡Salvémoslas, oh Padre, salvémoslas!".

Jesús mío, amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema por la pérdida de tantas pobres criaturas... y por estos tiempos tan tristes. Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas, que son una con las mías, y recorra todas las criaturas. Y para moverlas a compasión por sus almas y por tu amor, les hará ver que Tú lloras por su causa, y que mientras se van enfangando Tú tienes preparadas tus lágrimas y tu sangre para lavarlas... y así, al verte llorar, se rendirán. Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave todas las inmundicias de las criaturas; que haga descender estas lágrimas en sus corazones y ablande a tantas almas endurecidas en el pecado, venza la obstinación de los corazones y haga penetrar en ellos tus miradas, haciéndoles levantar al Cielo sus miradas para amarte, y no las dejen más vagar sobre la tierra para ofenderte. Así el Divino Padre no desdeñará mirar a la pobre humanidad.

Crucificado Jesús, veo que el Divino Padre aún no se aplaca en su indignación, porque mientras su paterna bondad, movida por tanto Amor a la pobre criatura, Amor que ha llenado Cielo y tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, tantas que se pueda decir que en cada paso y acto de la criatura se siente correr el Amor y las gracias de ese Corazón Paterno, y la criatura, siempre ingrata, no quiere reconocerlo sino que hace frente a tanto Amor llenando cielos y tierra de insultos, de desprecios y de ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus inmundos pies, queriendo destruirlo si pudiera, y todo por idolatrarse a sí misma ¡Ah, todas esas ofensas penetran hasta en los Cielos y llegan ante la Majestad Divina, la Cual, oh cómo se indigna viendo a la vilísima criatura que llega hasta insultarla y ofenderla en todos los modos posibles!

Pero Tú, oh Jesús mío, siempre atento a defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu Amor forzas al Padre a que mire tu santísimo rostro, cubierto de todos estos insultos y desprecios, y le dices:

"Padre mío, no rechaces a las pobres criaturas; si las rechazas a ellas, a Mí me rechazas. ¡Ah, aplácate! Todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro, que te responde por todas... Padre mío, detén tu furor contra la pobre humanidad; son ciegos y no saben lo que hacen. Por eso mírame bien cómo he quedado reducido por su causa. Si no te mueves a compasión por la mísera humanidad, que te enternezca mi rostro lleno de salivazos, cubierto de sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes como he recibido...¡Piedad, Padre mío! Yo era el más bello de los hijos de los hombres y ahora estoy tan desfigurado que soy irreconocible; soy oprobio para todos. ¡Por eso, a cualquier precio quiero a la criatura salva!".

Jesús mío, ¿pero es posible que nos ames tanto? Tu amor tritura mi pobre corazón, pero queriéndote seguir en todo, déjame que tome este tu rostro santísimo para tenerlo en mi poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado al Padre, con el fin de moverlo a compasión por la pobre humanidad, que tan oprimida está bajo el látigo de la Divina Justicia que yace como moribunda; y permíteme que vaya en medio de las criaturas y les haga ver tu rostro tan desfigurado por su causa, y las mueva a compasión de sus almas y de tu amor; y que con la luz que brota de ese rostro y con la fuerza arrebatadora de tu amor les haga comprender Quién eres Tú y quiénes son ellas que se atreven a ofenderte, y haga resurgir sus almas de en medio de tantos pecados en que viven muertas a la Gracia, y les haga postrarse ante ti a todas, en acto de adorarte y de glorificarte.

Jesús mío, Crucificado adorable, la criatura continúa irritando sin cesar a la Divina Justicia, y de su lengua hace resonar el eco de horribles blasfemias, voces de imprecaciones y maldiciones, conversaciones malas, tramas para preparar cómo destrozarse mejor entre ellas y llevar a cabo horribles matanzas y asesinatos... Ah, todas estas voces ensordecen la tierra y penetrando hasta en los Cielos ensordecen los oídos divinos, y Dios, cansado de estos ecos malignos que las criaturas le envían, siente que querría deshacerse de ellas y arrojarlas lejos de Sí, porque todas estas voces malignas imprecan y claman venganza y justicia contra ellas mismas... ¡Oh, cómo la Divina Justicia se siente constreñida a descargar flagelos! ¡Oh, cómo encienden su furor contra la criatura tantas blasfemias horrendas! Pero Tú, oh Jesús mío, amándonos con sumo amor, haces frente a estas voces malignas con tu voz omnipotente y creadora y haces resonar tu dulcísima voz en los oídos del Padre para repararlo por las molestias que le dan las criaturas, con otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas, y clamas: "¡Misericordia, Gracias, Amor para la pobre criatura!" Y para aplacarlo más, le demuestras tu santísima boca y le dices:

"Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de las criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien te da satisfacción por todas; por eso te ruego que mires a las criaturas, pero que las mires en Mí, pues si las miras fuera de Mí, ¿qué sería de ellas? Son débiles, ignorantes, capaces sólo de hacer el mal, llenas de todas las miserias. Piedad, piedad de las pobres criaturas. Yo te respondo por ellas con mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed y quemada y abrasada por el Amor..."

Amargado Jesús mío, mi vos en la tuya también quiere hacer frente a todas esas ofensas. Déjame que tome tu lengua, tus labios y que recorra todas las criaturas y toque sus lenguas con la tuya, para que sintiendo ellas en el momento de ofenderte la amargura de la tuya, no vuelvan a blasfemar, si no por amor, al menos por la amargura que sientan...; déjame que toque sus labios con los tuyos a fin de que, haciéndoles sentir en sus labios el fuego de la culpa, y haciendo resonar tu voz omnipotente en todos los pechos, pueda detener la corriente de todas las voces malas, y cambiar a todas las voces humanas en voces de bendiciones y alabanzas.

Crucificado Bien mío, ante tanto amor y dolor tuyo la criatura no se rinde aún; por el contrario, despreciándote, va añadiendo pecados y pecados, cometiendo enormes sacrilegios, homicidios, suicidios, fraudes, engaños, crueldades y traiciones...Ah, todas estas obras malas hacen más pesados los brazos paternos, y el Padre, no pudiendo sostener su peso, está a punto de dejarlos caer, haciendo llover sobre la tierra cólera y destrucción. Y Tú, oh Jesús mío, para librar a la criatura de la cólera divina, temiendo ver a la criatura destruida, tiendes tus brazos al Padre para que El no los deje caer y destruya a la criatura, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso, lo desarmas e impides a la Justicia que actúe. Y para moverlo a compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, con voz más conmovedora le dices:

"Padre mío, mira mis manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan, que me tienen clavado junto con todas estas obras malas. Ah, en estas manos siento todos los dolores que me dan todas estas malas obras. ¿No estás contento, oh Padre mío, con mis dolores? ¿No son acaso capaces de satisfacerte? Ah, estos mis brazos descoyuntados y descarnados sean para siempre cadenas que tengan atadas a todas las pobres criaturas a fin de que ninguna me huya, sólo la que quisiera arrancarse de Mí a viva fuerza; y estos mis brazos sean las cadenas amorosas que te aten también a ti, Padre mío, para impedirte que destruyas a la pobre criatura; más aún, te atraigan siempre más hacia ella para que derrames abundantemente sobre ella tus gracias y tus misericordias."

Jesús mío, tu amor es un dulce encanto para mí, y me mueve a hacer todo lo que haces Tú; por eso dame tus brazos, pues quiero impedir junto contigo, a costa de cualquier pena, que intervenga la Justicia Divina contra la pobre humanidad. Con la sangre que escurre de tus manos quiero extinguir el fuego de la culpa que la enciende y aplacar su furor; y para mover al Padre a más piedad por las criaturas, permíteme que en tus brazos ponga tantos miembros destrozados, los gemidos de tantos pobres heridos, tantos corazones doloridos y oprimidos, y déjame que recorra todas las criaturas y las estreche a todas en tus brazos para que todas vuelvan a tu Corazón. Permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de tantas obras malas y pecaminosas e impida a todos hacer el mal.

Amable Jesús mío crucificado, la criatura no está satisfecha aún de ofenderte; quiere beber hasta el fondo todas las heces del pecado y corre como enloquecida por el camino del mal; se precipita cada vez más de pecado en pecado, desobedece y desconoce tus Leyes, y desconociéndote a ti, se rebela más contra ti , y casi sólo por darte dolor quiere irse al infierno... ¡Oh, cómo se indigna la Majestad Suprema! Y Tú, oh Jesús mío, triunfando sobre todo, hasta sobre la obstinación de las criaturas, para aplacar al Divino Padre le muestras toda tu santísima Humanidad lacerada, descoyuntada, descarnada y destrozada en modo horrible, y tus santísimos pies traspasados, en los que contienes todos los pasos de las criaturas, que te dan dolores de muerte, tanto que están deformes por la atrocidad de los dolores; y oigo tu voz más que nunca conmovedora, como a punto de extinguirse, que a fuerza de amor y de dolor quiere vencer a la criatura y triunfar sobre el Corazón del Padre diciendo:

"Padre mío, mírame de la cabeza a los pies: No hay parte sana en Mí. Ya no tengo donde hacerme abrir nuevas llagas y procurarme otros dolores. Si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién va a poder aplacarte? ¡Oh criaturas, si no os rendís ante tanto amor, ¿qué esperanza de conversión os queda? Estas mis llagas y esta Sangre mía sean siempre voces que hagan descender del Cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y de compasión hacia la pobre humanidad..."

Jesús mío, te veo en estado de violencia para aplacar al Padre y para vencer a la pobre criatura; por lo cual permíteme que tome tus santísimos pies y vaya a todas las criaturas y ate sus pasos a tus pies para que si quieren caminar por el camino del mal, sintiendo las ataduras que has puesto entre Tú y ellas, no puedan. Ah, con estos tus pies hazles echarse atrás del camino del mal y ponlas en el sendero del bien, haciéndolas más dóciles a tus Leyes; y con tus clavos cierra el infierno para que nadie más caiga en él.

Jesús mío, amante crucificado, veo que ya no puedes más... La tensión terrible que sufres sobre la Cruz, el continuo moverse de tus huesos, que cada vez más se dislocan a cada pequeño movimiento, las carnes que cada vez más se abren, las repetidas ofensas que te añaden, repitiéndote una pasión y muerte más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas interiores que te ahogan de amargura, de dolor y de amor, y en tantos martirios tuyos la ingratitud humana que te hace frente y que penetra como una ola impetuosa hasta dentro de tu Corazón traspasado, ay, te aplastan de tal manera que tu santísima Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos martirios, está a punto de sucumbir, y como delirando por el amor y por el sufrimiento suplica ayuda y piedad...

Crucificado Jesús. ¿Será posible que Tú, que riges todo y das vida a todos, pidas ayuda? ¡Ah, cómo quisiera penetrar en cada gota de tu Sangre y derramar la mía para endulzarte cada llaga, para mitigar el dolor de cada espina y hacer menos dolorosas sus punzadas, y para aliviar en cada pena interior de tu Corazón la intensidad de tus amarguras! Quisiera darte vida por vida y, si me fuera posible, quisiera desclavarte de la Cruz para substituirte... Pero veo que soy nada y que no puedo nada; soy demasiado insignificante, por eso, dame a ti mismo; tomaré Vida en ti, te daré a ti mismo, sólo así mis ansias quedarán satisfechas.

Destrozado Jesús, veo que tu santísima Humanidad se agota para dar en todo cumplimiento a nuestra redención... Tienes necesidad de ayuda, pero de ayuda divina y por eso te arrojas en los brazos del Padre y le pides ayuda y piedad. ¡Oh, cómo se enternece el Divino Padre mirando la horrenda destrucción de tu santísima Humanidad, la terrible obra que el pecado ha hecho en tus sagrados miembros! Y El, para satisfacer tus ansias de amor, te estrecha a su Corazón paterno y te da los auxilios necesarios para dar cumplimiento a nuestra redención. Y mientras te estrecha, en tu Corazón sientes más fuerte repetirse los martillazos y los clavos, los rayos de los flagelos, el abrirse las llagas, las punzadas de las espinas... ¡Oh, cómo queda conmovido el Padre! ¡Cómo se indigna viendo que todas estas penas te las dan en tu Corazón hasta las almas a ti consagradas! Y en su dolor te dice:

"¿Pero es posible, Hijo mío, que ni siquiera la parte por ti elegida esté contigo? Al contrario, parece que sean almas que piden refugio y ocultarse en este tu Corazón para amargarte y darte una muerte más dolorosa y, lo que es peor, todos estos dolores que te dan, van ocultos y cubiertos con hipocresías. ¡Ah, Hijo, no puedo contener más mi indignación por la ingratitud de estas almas que me dan más dolor que las de todas las demás criaturas juntas!".

Pero Tú, oh Jesús mío, triunfando en todo, defiendes a estas almas y con el amor inmenso de tu Corazón das reparación por las oleadas de amarguras y de heridas mortales que estas almas te envían; y para aplacar al Padre le dices:

"Padre mío, mira este mi Corazón: Que todos estos dolores te satisfagan, y por cuanto más amargos, tanto más potentes sean sobre tu Corazón de Padre para obtenerles gracia, luz, perdón... Padre mío, no las rechaces: Ellas serán mis defensoras y continuarán mi Vida sobre la tierra."

"Oh Padre amorosísimo, considera que si bien mi Humanidad ha llegado ahora al colmo de sus sufrimientos, también este mi Corazón estalla por las amarguras y por las íntimas penas e inauditos tormentos que he sufrido a lo largo de casi 34 años, desde el primer instante de mi Encarnación... Tú conoces, oh Padre, la intensidad de estas penas interiores, tan dolorosas que hubieran sido capaces de hacerme morir a cada momento de puro dolor si nuestra Omnipotencia no me hubiera sostenido para prolongar mi padecer hasta esta extrema agonía... Ah, si todas las penas de mi santísima Humanidad, que te he ofrecido hasta ahora para aplacar tu Justicia sobre todos y para atraer sobre todos tu misericordia triunfadora, no te bastan, ahora de un modo particular Yo te presento, por las faltas y los extravíos de las almas consagradas a Nosotros, este mi Corazón despedazado, oprimido y triturado, pisoteado en el lagar de todos los instantes de mi vida mortal... Ah, observa, Padre mío, que éste es el Corazón que te ha amado con infinito amor, que siempre ha vivido abrasado de amor por mis hermanos, hijos tuyos en Mí... Este es el Corazón generoso con el que he anhelado sufrir para darte la completa satisfacción por todos los pecados de los hombres. T4en piedad de sus desolaciones, de su continuo penar, de sus tedios, de sus angustias, de sus tristezas hasta la muerte... ¿Acaso ha habido, oh Padre mío, un solo latido de mi corazón que no haya buscado tu Gloria, aun a costa de penas y de sangre, y la salvación de todos mis hermanos? ¿No ha salido de este mi Corazón siempre oprimido las ardientes suplicas, los gemidos, los suspiros, los clamores, con que durante casi 34 años he llorado y clamado Misericordia en tu presencia? Tú me has escuchado, oh Padre mío, una infinidad de veces y por una infinidad de almas, y te doy gracias infinitas..., pero mira, oh Padre mío, cómo mi Corazón no puede calmarse en sus penas, aun por una sola alma que haya de escapar a su amor, porque Nosotros amamos a un alma sola tanto como a todas las almas juntas... ¿Y se dirá que habré de dar el último respiro sobre este doloroso patíbulo viendo perecer miserablemente incluso almas a Nosotros consagradas? Yo estoy muriendo en un mar de angustias por la iniquidad y por la pérdida eterna del pérfido Judas, que me fue tan duro e ingrato que rechazó todas mis finuras amorosas y delicadas, y al que Yo hice tanto bien que llegué a hacerlo Sacerdote y Obispo, como a los demás Apóstoles míos. ¡Ah Padre mío, baste este abismo de penas, baste... Oh, cuántas almas veo, elegidas por nosotros a esta vocación sagrada, que quieren imitar a Judas... cual más, cual menos! ¡Ayúdame, Padre mío, ayúdame; no puedo soportar todas estas penas! ¡Mira si hay una fibra en mi Corazón, una sola fibra que no esté atormentada más que todos los destrozos de mi cuerpo divino! ¡Mira si toda la sangre que estoy derramando no brote, más que de mis llagas, de mi Corazón, que se deshace de amor y de dolor! Piedad, Padre mío, piedad, no para Mí, que quiero sufrir y padecer hasta lo infinito por las pobres criaturas, sino piedad de todas las almas, especialmente de las llamadas a ser mis Esposas, a ser mis Sacerdotes. Escucha, oh Padre, mi Corazón, que sintiéndose faltar la vida acelera sus encendidos latidos y grita: ¡Padre mío, por mis innumerables penas te pido gracias eficaces de arrepentimiento y de verdadera conversión para todas estas infelices almas; que ninguna se pierda! ¡Tengo sed, Padre mío, tengo sed de todas las almas... pero especialmente de éstas; tengo sed de más sufrir por cada una de estas almas! Siempre he hecho tu Voluntad, Padre mío, y ahora, ésta es mi Voluntad, que es también la Tuya, ah, haz que sea cumplida perfectamente por amor a Mí, tu Hijo amadísimo en quien has encontrado todas tus complacencias!"

Oh Jesús mío, me uno a tus súplicas, a tus padecimientos, a tu amor penante. Dame tu Corazón para que sienta tu misma sed por las almas consagradas a ti y te restituya el amor y los afectos de todas... Permíteme ir a todas y que les lleve tu Corazón, para que a su contacto se enfervoricen las fría, se conmuevan las tibias, se sientan llamar de nuevo las extraviadas y lleguen a ellas de nuevo las gracias que han rechazado. Tu Corazón está sofocado por el dolor y por la amargura al ver incumplidos, por su incorrespondencia, tantos designios que tenías sobre ellas, y al ver a tantas otras almas, que deberían tener vida y salvación por medio de aquellas, que sufren las tristes consecuencias... Por eso quiero mostrarles tu Corazón tan amargado por causa suya, y arrojar en ellas dardos de fuego de tu Corazón; quiero hacer que escuchen tus súplicas y todos tus padecimientos por ellas, y así no será posible que no se rindan a ti; así volverán arrepentidas a tus pies y tus designios amorosos sobre ellas se verán cumplidos; estarán en torno a ti y en ti, no ya para ofenderte sino para repararte, para consolarte y defenderte.

Crucificado Jesús, Vida mía, veo que continúas agonizando en la Cruz, pero que no está aún satisfecho tu amor y que 1quieres dar cumplimiento a todo. También yo agonizo contigo y llamo a todos: "Angeles, Santos, venid al Calvario a contemplar los excesos y las locuras de amor de un Dios! Besemos sus llagas sangrantes, adorémoslas, sostengamos esos miembros lacerados y agradezcamos a Jesús por nuestra Redención. Mirad también a la traspasada Mamá, que tantas penas y muertes siente en su Corazón Inmaculado por cuantas penas ve en su Hijo y Dios; sus mismos vestidos están llenos de sangre, sangre que está derramada por todo el Calvario, y nosotros, todos juntos tomemos esta sangre, suplicando a la dolorida Mamá que se una a nosotros, recorramos todo el mundo y vayamos en ayuda de todos; socorramos a los que están en peligro de muerte, para que no perezcan; a los caídos en el pecado, para que se levanten de nuevo; y a aquellos que están por caer, para que no caigan. Demos esta Sangre a tantos pobres ciegos para que en ellos resplandezca la luz de la verdad; vayamos especialmente en medio de los pobres combatientes, seamos para ellos vigilantes centinelas, y si van a caer alcanzados por las balas, recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos; si se ven abandonados por todos o si están impacientes por su triste suerte démosles esta Sangre para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores... Y si vemos que hay almas a punto de caer en el Infierno, démosles esta Sangre divina que contiene el precio de la Redención, y arrebatémoslas a Satanás... Y mientras tengo a Jesús estrechado a mi corazón para tenerlo defendido de todo y reparado por todo, estrecharé a todos a este Corazón a fin de que todos puedan obtener gracias eficaces de conversión, de fuerza y de salvación".

Oh Jesús, veo que la sangre te chorrea de tus manos y de tus pies... Los ángeles, llorando y haciéndote corona, admiran los portentos de tu inmenso amor. Veo al pie de la Cruz a tu dulce Mamá, traspasada por el dolor, a tu predilecto Juan... todos petrificados en un éxtasis de estupor, de amor y de dolor... Oh Jesús, me uno a ti y me estrecho a tu Cruz, tomo toda tu Sangre y la derramo en mi corazón. Y cuando vea tu Justicia irritada contra los pecadores, para aplacarla le mostraré esta Sangre. Cuando quiera la conversión de almas obstinadas en el pecado, te mostraré a ti esta Sangre y en virtud de ella no podrás rechazar mi plegaria, porque en mis manos tengo ya la prenda para ser escuchada...

Y ahora, Crucificado Bien mío, en nombre de todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con nuestra Mamá y con todos los ángeles, me postro profundamente ante ti diciéndote: "Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz has redimido al mundo."


Estaciones de la cruz - Oración para desarmar a la Justicia Divina.

Apostolado del Trabajo de Dios - mpjs#28
Meditaciones de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo - Veinticuatro Horas de la Pasión

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