Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Vuelven los Reyes magos por segunda vez a ver y adorar al infante Jesús, ofrécenle sus dones y despedidos toman otro camino para sus tierras.

INDICE   Libro  4   Capítulo  17    Versos:  565-572


565. Del portal del nacimiento, a donde los tres Reyes entraron vía recta desde su camino, se fueron a descansar a la posada dentro de la ciudad de Belén; y retirándose aquella noche a un aposento a solas, estuvieron grande espacio de tiempo, con abundancia de lágrimas y suspiros, confiriendo lo que habían visto y los efectos que a cada uno había causado y lo que habían notado en el Niño Dios y en su Madre santísima. Con esta conferencia se inflamaron más en el amor divino, admirándose de la majestad y resplandor del infante Jesús, de la prudencia, severidad y pudor divino de la Madre, de la santidad del esposo San José y de la pobreza de todos tres, de la humildad del lugar donde había querido nacer el Señor de tierra y cielo. Sentían los devotos Reyes la llama del divino incendio que abrasaba sus piadosos corazones, y sin poderse contener rompían en razones de gran dulzura y acciones de mucha veneración y amor. Decían: ¿Qué fuego es éste que sentimos? ¿Qué eficacia la de este gran Rey, que nos mueve a tales deseos y afectos? ¿Qué haremos para tratar con los hombres? ¿Cómo pondremos modo y tasa a nuestros gemidos y suspiros? ¿Qué harán los que han conocido tan oculto, nuevo y soberano misterio? ¡Oh grandeza del Omnipotente escondida (Is 45,15) por los hombres y disimulada en tanta pobreza! ¡Oh humildad nunca imaginada de los mortales! ¡Quién os pudiera traer a todos para que ninguno se privara de esta felicidad!
566. Entre estas divinas conferencias se acordaron los Magos de la estrecha necesidad que tenían Jesús, María y José en su cueva y determinaron enviarles luego algún regalo en que les mostrasen su caricia, y ellos diesen aquel ensanche al afecto que tenían de servirlos, mientras no podían hacer otra cosa. Remitiéronles con sus criados muchos de los regalos que para ellos estaban prevenidos y otros que buscaron. Recibiéronlos María santísima y San José con humilde reconocimiento; y el retorno fue, no gracias secas, como hacen los demás, sino muchas bendiciones eficaces de consuelo espiritual para los tres Reyes. Tuvo con este regalo nuestra gran Reina y Señora con qué hacerles a sus ordinarios convidados, los pobres, opulenta comida; que acostumbrados a sus limosnas y más aficionados a la suavidad de sus palabras, la visitaban y buscaban de ordinario. Los Reyes se recogieron llenos de incomparable júbilo del Señor, y en sueños los avisó el ángel de su jornada.
567. El día siguiente en amaneciendo volvieron a la cueva del nacimiento, para ofrecer al Rey celestial los dones que traían prevenidos. Llegaron y postrados en tierra le adoraron con nueva y profundísima humildad, y abriendo sus tesoros, como dice el evangelio (Mt 2, 11), le ofrecieron oro, incienso y mirra. Hablaron con la divina Madre y la consultaron muchas dudas y negocios de los que tocaban a los misterios de la fe y cosas pertenecientes a sus conciencias y gobierno de sus estados; porque deseaban volver de todo informados y capaces para gobernarse santa y perfectamente en sus obras. La gran Señora los oyó con sumo agrado, y cuando la informaban confería con el infante en su interior todo lo que había de responder y enseñar a aquellos nuevos hijos de su ley santa. Y como maestra e instrumento de la sabiduría divina respondió a todas las dudas que le propusieron tan altamente, santificándolos y enseñándoles de suerte que, admirados y atraídos de la ciencia y suavidad de la Reina, no podían apartarse de ella, y fue necesario que uno de los Ángeles del Señor les dijese que era su voluntad y forzoso el volverse a sus patrias. Y no es maravilla que esto les sucediese, porque a las palabras de María santísima fueron ilustrados del Espíritu Santo y llenos de ciencia infusa en todo lo que preguntaron y en otras muchas materias.
568. Recibió la divina Madre los dones de los Reyes y en su nombre los ofreció al infante Jesús. Y su Majestad con agradable semblante mostró que los admitía y les dio su bendición, de manera que los mismos Reyes lo vieron y conocieron que la daba en retorno de los dones ofrecidos, con abundancia de dones del cielo y más de ciento por uno (Mt 19, 29). A la divina Princesa ofrecieron algunas joyas, al uso de su patria, de gran valor, pero esto, que no era de misterio ni pertenecía a él, se lo volvió Su Alteza a los Reyes y sólo reservó los tres dones de oro, incienso y mirra. Y para enviarlos más consolados, les dio algunos paños de los que había envuelto al niño Dios, porque ni tenía ni podía haber otras prendas visibles con que enviarlos enriquecidos de su presencia. Recibieron los tres Reyes estas reliquias con tanta veneración y aprecio, que guarneciéndolas en oro y piedras preciosas las guardaron. Y en testimonio de su grandeza derramaban tan fragancia de sí y daban tan copioso olor, que se percibía casi de una legua de distancia. Pero con esta calidad y diferencia, que sólo se comunicaba a los que tenían fe de la venida de Dios al mundo, y los demás incrédulos no participaron de este favor, ni sentían la fragancia de las preciosas reliquias, con las cuales hicieron grandes milagros en sus patrias.
569. Ofrecieron también los Reyes a la Madre del dulcísimo Jesús servirla con sus haciendas y posesiones, y que si no gustaba de ellas y quería vivir en aquel lugar del nacimiento de su Hijo santísimo, le edificarían allí casa para estar con más comodidad. Estos ofrecimientos agradeció la prudentísima Madre sin admitirlos. Y para despedirse de ella los Reyes, la rogaron con íntimo afecto del corazón que jamás se olvidase de ellos, y así se lo prometió y cumplió; y lo mismo pidieron a San José. Y con la bendición de todos tres se despidieron con tal afecto y ternura, que parecía dejaban allí sus corazones, en lágrimas y suspiros convertidos. Tomaron otro camino diferente, por no volver a Herodes por Jerusalén, que el Ángel aquella noche les amonestó en sueños no lo hiciesen. Y al partir de Belén fueron guiados por otro camino, apareciéndoles la misma u otra estrella para este intento, y los llevó hasta el lugar donde se habían juntado y de allí cada uno volvió a su patria.
570. Lo restante de la vida de estos felicísimos Reyes fue correspondiente a su divina vocación, porque en sus estados vivieron y procedieron como discípulos de la Maestra de la santidad, por cuya doctrina gobernaron sus almas y sus reinos. Y con su ejemplo, vida y noticia que dieron del Salvador del mundo, convirtieron gran número de almas al conocimiento de Dios y camino de la salvación. Y después de esto, llenos de días y merecimientos, acabaron su carrera en santidad y justicia, siendo favorecidos en vida y muerte de la Madre de misericordia. Despedidos los Reyes, quedaron la divina Señora y San José en nuevos cánticos de alabanza por las maravillas del Altísimo. Y conferíanlas con las divinas Escrituras y profecías de los Patriarcas, conociendo cómo se iban cumpliendo en el infante Jesús. Pero la prudentísima Madre, que profundamente penetraba estos altísimos sacramentos, lo conservaba todo y lo confería consigo misma en su pecho (Lc 2, 19). Los Santos Ángeles que asistían a estos misterios dieron la enhorabuena a su Reina, de que fuese su Hijo santísimo conocido, adorado por los hombres y Su Majestad humanado, y le cantaron nuevos cánticos, magnificándole por las misericordias que obraban con los hombres.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

571. Hija mía, grandes fueron los dones que ofrecieron los Reyes a mi Hijo santísimo, pero mayor el afecto de amor con que los daban y el misterio que significaban; por todo esto le fueron muy aceptos y agradables a Su Majestad. Esto quiero yo que tú le ofrezcas, dándole gracias porque te hizo pobre en el estado y profesión; porque te aseguro, amiga, que no hay para el Altísimo otro más precioso don ni ofrenda que la pobreza voluntaria, pues son muy pocos hoy en el mundo los que usan bien de las riquezas temporales y que las ofrezcan a su Dios y Señor con la largueza y afecto que estos Santos Reyes. Los pobres del Señor, tanto número como hay, experimentan bien y testifican cuan cruel y avarienta se ha hecho la naturaleza humana, pues con haber tantos necesitados, son tan pocos remediados de los ricos. Esta impiedad tan descortés de los nombres ofende a los Ángeles y contrista al Espíritu Santo, viendo a la nobleza de las almas tan envilecida y abatida, sirviendo todos a la torpe codicia del dinero con sus fuerzas y potencias. Y como si se hubieran criado para sí solos las riquezas, así se las apropian y las niegan a los pobres, sus hermanos de su misma carne y naturaleza; y al mismo Dios que las crió no se las dan, siendo el que las conserva y puede darlas y quitarlas a su voluntad. Y lo más lamentable es que, cuando pueden los ricos comprar la vida eterna con la hacienda (Lc 16 9), con ella misma granjean su perdición, por usar de este beneficio del Señor como hombres insensatos y estultos.
572. Este daño es general en los hijos de Adán, y por eso es tan excelente y segura la voluntaria pobreza; pero en ella, partiendo con alegría lo poco con el pobre, se hace ofrenda grande al Señor de todos. Y tú puedes hacerla de lo que te toca para tu sustento, dando una parte al pobre, deseando remediar a todos, si con tu trabajo y sudor fuera posible. Pero tu continua ofrenda ha de ser las obras de amor, que es el oro, y la oración continua, que es el incienso, y la tolerancia igual en los trabajos y verdadera mortificación en todo, que es la mirra. Y lo que obrares por el Señor, ofrécelo con fervoroso afecto y prontitud, sin tibieza ni temor, porque las obras remisas o muertas no son sacrificio aceptable a los ojos de Su Majestad. Para ofrecer incesantemente estos dones de tus propios actos es menester que la fe y la luz divina esté siempre encendida en tu corazón, proponiéndote el objeto a quien has de alabar, magnificar y el estímulo de amor con que siempre estás obligada de la diestra del Altísimo, para que no ceses en este dulce ejercicio, tan propio de las esposas de Su Majestad, pues el título es significación de amor y deuda de continuo afecto.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #118

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