Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions Sale Cristo nuestro Redentor del desierto, vuelve a donde estaba San Juan Bautista y ocúpase en Judea en algunas obras hasta la vocación de los primeros discípulos; todo lo conocía e imitaba María santísima.

INDICE   Libro  5   Capítulo  27    Versos:  1009-1016


1009. Habiendo conseguido Cristo Redentor nuestro gloriosamente los ocultos y altos fines de su ayuno y soledad en el desierto, con las victorias que alcanzó del demonio triunfando de él y de todos sus vicios, determinó Su Divina Majestad de salir del desierto a proseguir las obras de la redención humana que su Eterno Padre le había encomendado. Y para despedirse de aquel yermo se postró en tierra, confesando y dando gracias a su Padre Eterno por todo lo que allí había obrado por la humanidad santísima en gloria de la divinidad y en beneficio del linaje humano. Y luego hizo una ferventísima oración y petición para todos aquellos que a imitación suya se retirasen, o para toda la vida o por algún tiempo, a las soledades para seguir sus pisadas y vacar a la contemplación y ejercicios santos, retirándose del mundo y de sus embarazos. Y el altísimo Señor le prometió favorecerlos y hablarles al corazón (Os 2, 14) palabras de vida eterna y prevenirlos con especiales auxilios y bendiciones de dulzura (Sal 20, 4), si ellos de su parte se disponen para recibirlos y corresponder a ellos. Y hecha esta oración, pidió licencia al mismo Señor, como hombre verdadero, para salir de aquel desierto, y asistiéndole sus Santos Ángeles salió de él.
1010. Encaminó sus hermosísimos pasos el divino Maestro hacia el Río Jordán, donde su gran precursor San Juan Bautista continuaba su bautismo y predicación, para que con su vista y presencia diese el Bautista nuevo testimonio de su divinidad y ministerio de Redentor. Y también condescendió Su Majestad con el afecto del mismo San Juan Bautista, que deseaba de nuevo verle y hablarle, porque con la primera vista y presencia del Salvador, cuando le bautizó San Juan Bautista, quedó el corazón del Santo Precursor inflamado y herido de aquella oculta y divina fuerza que atraía a sí a todas las cosas, y en los corazones más dispuestos, como lo estaba el de San Juan Bautista, prendía este fuego con mayor fuerza y violencia del amor. Llegó el Salvador a la presencia de San Juan Bautista, y fue ésta la segunda vez que se vieron; y antes de hablar otra palabra el Bautista, viendo que se llegaba el Señor, dijo aquéllas que refiere el Evangelista (Jn 1, 29): Ecce Agnus Dei, ecce qui tollit peccatum mundi: Mirad al Cordero del Señor, mirad al que quita el pecado del mundo. Este testimonio dio el Bautista señalando a Cristo nuestro Señor y hablando con la gente que asistía con el mismo San Juan Bautista para ser bautizada y a oír su predicación, y añadió y dijo: Este es de quien he dicho que tras de mí venía un varón que era más que yo, porque era primero que yo fuese; y yo no le conocía, y vine a bautizar en agua para manifestarle (Jn 1, 30-31).
1011. Dijo el Bautista estás palabras, porque antes de llegar Cristo Señor nuestro al bautismo no le había visto, ni tampoco había tenido la revelación de su venida qué tuvo allí, como queda declarado en el capítulo 24 de este libro (Cf. supra n. 978). Y luego añadió el Bautista cómo había visto el Espíritu Santo descender sobre Cristo en el bautismo (Jn 1, 32) y que había dado testimonio de la verdad, que Cristo era Hijo de Dios. Porque mientras Su Majestad estuvo en el desierto, le enviaron los judíos de Jerusalén la embajada que refiere San Juan Evangelista en el capítulo 1 preguntándole quién era, y lo demás que el Evangelista dice (Jn 1, 19ss); y entonces respondió el Bautista que él bautizaba en agua y que en medio de ellos había estado el que no conocían, porque había estado entre ellos en el Río Jordán, y que venía tras de él y no era digno de desatar el lazo de su calzado. De manera que cuando nuestro Salvador volvió del desierto a verse la segunda vez con el Bautista, entonces le llamó Cordero de Dios y refirió el testimonio que poco antes había dado a los fariseos y añadió lo demás, de que había visto al Espíritu Santo sobre su cabeza, como se lo había revelado que lo vería; y San Mateo añade lo de la voz del Padre que vino juntamente del cielo (Mt 3, 17), y también lo dijo San Lucas (Lc 3, 22), aunque San Juan Evangelista sólo refiere lo del Espíritu Santo en forma de paloma (Jn 1, 32), porque el Bautista no declaró a los judíos más que esto.
1012. Esta fidelidad que tuyo el Precursor en confesar que no era Cristo y en dar los testimonios de su divinidad que se han dicho, conoció la Reina del cielo desde su retiro, y en retorno pidió al Señor lo premiase y pagase a su fidelísimo siervo San Juan Bautista, y así lo hizo el Todopoderoso con liberal mano, porque en su divina aceptación quedó el Bautista levantado sobre todos los nacidos de las mujeres; porque no admitió la honra que le ofrecían de Mesías, determinó el Señor darle la que sin serlo era capaz de recibir entre los hombres y, en esta misma ocasión que se vieron Cristo Redentor nuestro y San Juan Bautista, fue el gran Precursor lleno de nuevos dones y gracias del Espíritu Santo. Y porque algunos de los circunstantes, cuando oyeron decir: Ecce Agnus Dei, advirtieron mucho en las razones del Bautista y le preguntaron quién era aquel de quien así hablaba, dejándole el Salvador informando a los oyentes de la verdad con las razones arriba referidas, se desvió Su Majestad y se fue de aquel lugar encaminándose a Jerusalén y habiendo estado muy poco tiempo en presencia del Bautista; pero no fue vía recta a la Ciudad Santa, antes anduvo muchos días primero por otros lugares pequeños, enseñando disimuladamente a los hombres y dándoles noticia de que el Mesías estaba en el mundo y encaminándolos con su doctrina a la vida eterna, y a muchos al bautismo de San Juan Bautista, para que se preparasen con la penitencia para recibir la redención.
1013. No dicen los Evangelistas dónde estuvo nuestro Salvador en este tiempo después del ayuno, ni qué obras hizo, ni el tiempo que se ocupó en ellas, pero lo que se me ha declarado es que estuvo Su Majestad casi diez meses en Judea, sin volver a Nazaret a ver a su Madre santísima ni entrar en Galilea, hasta que llegando en otra ocasión a verse con el Bautista, le dijo segunda vez:
Ecce Agnus Dei, y le siguieron San Andrés y los primeros discípulos que oyeron al Bautista decir estas palabras (Jn 1, 35-42); y luego llamó a San Felipe, como lo refiere San Juan Evangelista (Jn 1, 43). Estos diez meses gastó el Señor en ilustrar las almas y prevenirlas con auxilios, doctrina y admirables beneficios, para que despertasen del olvido en que estaban y después, cuando comenzase a predicar y hacer milagros, estuviesen más prontos para recibir la fe del Redentor y le siguiesen; como sucedió a muchos de los que dejaba ilustrados y catequizados. Verdad es que en este tiempo no habló con los fariseos y letrados de la ley, porque éstos no estaban tan dispuestos para dar crédito a la verdad de que el Mesías había venido, pues aún después no la admitieron, confirmada con la predicación, milagros y testimonios tan manifiestos de Cristo nuestro Señor. Pero a los humildes y pobres, que por esto merecieron ser primero evangelizados e ilustrados, habló el Salvador en aquellos diez meses, y con ellos hizo liberales misericordias en el reino de Judea, no sólo con la particular enseñanza y ocultos favores, sino con algunos milagros disimulados, con que le admitían por gran profeta y varón santo. Y con este reclamo despertó y movió los corazones de innumerables hombres para salir del pecado y buscar el reino de Dios, que ya se les acercaba con la predicación y Redención que luego quería Su Majestad obrar en el mundo.
1014. Nuestra gran Reina y Señora estaba siempre en
Nazaret, donde conocía las ocupaciones de su Hijo santísimo y todas sus obras, así por la divina luz que ya he declarado, como por las noticias que le daban sus mil ángeles, y siempre la asistían en forma visible, como queda dicho (Cf. supra n. 481, 967, 990), en la ausencia del Redentor. Y para imitarle en todo con plenitud, salió de su retiro al mismo tiempo que Cristo nuestro Salvador del desierto; y como Su Majestad, aunque no pudo crecer en el amor, le manifestó con mayor fervor después de vencido el demonio con el ayuno y todas las virtudes, así la divina Madre, con nuevos aumentos que adquirió de gracia, salió más ardiente y oficiosa para imitar las obras de su Hijo santísimo en beneficio de la salvación humana y hacer de nuevo el oficio de precursora para manifestación del Salvador. Salió la divina Maestra de su casa de Nazaret a los lugares circunvecinos, acompañada de sus Ángeles, y con la plenitud de su sabiduría y con la potestad de Reina y Señora de las criaturas hizo grandes maravillas, aunque disimuladamente, al modo que obraba en Judea el Verbo humanado. Dio noticia de la venida del Mesías, sin manifestar quién era, enseñó a muchos el camino de la vida, sacábalos de pecado, arrojaba los demonios, ilustraba las tinieblas de los engañados e ignorantes, preveníalos para que admitiesen la Redención creyendo en su Autor; y entre estos beneficios espirituales hacía muchos corporales, sanando enfermos, consolando los afligidos, visitando a los pobres y, aunque eran más frecuentes estas obras con las mujeres, también hizo muchas con los varones, que si eran despreciados y pobres no perdían estos socorros y felicidad de ser visitados de la Señora de los Ángeles y de todas las criaturas.
1015. En estas salidas ocupó la divina Reina el tiempo que su Hijo santísimo andaba en Judea y siempre le imitó en todas sus obras, hasta en andar a pie como Su Divina Majestad, y aunque algunas veces volvía a Nazaret luego continuaba sus peregrinaciones. Y en estos diez meses comió muy poco, porque de aquel manjar celestial que le envió su Hijo santísimo del desierto, como dije en el capítulo pasado (Cf. supra n. 1002), quedó tan alimentada y confortada, que no sólo tuvo fuerzas para andar a pie por muchos lugares y caminos, sino también para no sentir tanto la necesidad de otro alimento. Tuvo asimisma la beatísima Señora noticia de lo que San Juan Bautista hacía predicando y bautizando en las riberas del Río Jordán, como se ha dicho (Cf. supra n. 1010), y también le envió algunas veces muchos de sus Ángeles a que le consolasen y gratificasen la lealtad que mostraba a su Dios y Señor. Entre estas cosas padecía la amorosa Madre grandes deliquios de amor con el natural y santo afecto que apetecía la vista y presencia de su Hijo santísimo, cuyo corazón estaba herido de aquellos divinos y castísimos clamores. Y antes de volver Su Majestad a verla y consolarla y dar principio a sus maravillas y predicación en lo público, sucedió lo que diré en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

1016. Hija mía, en dos importantes documentos te doy la doctrina de este capítulo: El primero, que ames la soledad y la procures guardar con singular aprecio, para que te alcancen las bendiciones y promesas que mi santísimo Hijo mereció y prometió a los que en esto le imitaren; procura siempre estar sola, cuando por virtud de la obediencia no te hallares obligada a conversar con las criaturas, y entonces, si sales de tu soledad y retiro, llévale contigo en el secreto de tu pecho, de manera que no te alejen de él los sentidos exteriores ni el uso de ellos; en los negocios sensibles has de estar de paso, y en el retiro y desierto del interior muy de asiento; y para que allí tengas soledad, no des lugar a que entren imágenes ni especies de criaturas, que tal vez ocupan más que ellas mismas y siempre embarazan y quitan la libertad del corazón; indigna cosa sería que tú le tuvieras en alguna ni alguna estuviera en él, lo quiere mi Hijo santísimo y yo quiero lo mismo. El segundo documento es que en primer lugar atiendas al aprecio de tu alma, para conservarla en toda pureza y candidez, y sobre esto, aunque es mi voluntad que trabajes por la justificación de todas, pero en particular quiero que imites a mi Hijo santísimo y a mí en lo que hicimos con los más pobres y despreciados del mundo. Estos párvulos piden muchas veces el pan del consejo y doctrina y no hallan quien se le comunique y reparta (Lam 4, 4), como a los más válidos y ricos del mundo, que tienen muchos ministros que los aconsejen. De estos pobres y despreciados llegan muchos a ti; admítelos con la compasión que sientes, consuélalos y acaricíalos, para que con su sinceridad admitan la luz y el consejo, que a los más sagaces se ha de dar diferentemente, y procura granjear aquellas almas que entre las miserias temporales son preciosas en los ojos de Dios; y para que ellos y los demás no malogren el fruto de la Redención, quiero que trabajes sin cesar ni darte por satisfecha hasta morir, si fuere necesario, en esta demanda.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #158

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