Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions De la virtud de la justicia que tuvo María Santísima.

INDICE   Libro  2   Capítulo  10    Versos:  553-570


553. La gran virtud de la Justicia es la que más sirve a la caridad de Dios y del prójimo, y así es la más necesaria para la conservación y comunicación humana; porque es un hábito que inclina a la voluntad a dar a cada uno lo que le toca; y tiene por materia y objeto la igualdad, ajustamiento o derecho que se debe guardar con los prójimos y con el mismo Dios. Y como son tantas las cosas en que puede el hombre guardar esta igualdad o violarla con los prójimos, y esto por tan diversos modos, por lo cual la materia de la Justicia es muy dilatada y difusa y muchas las especies o géneros de esta virtud de Justicia; en cuanto se ordena al bien público y común, se llama Justicia legal; y porque a todas las otras virtudes puede encaminar a este fin, se llama virtud general; aunque no participe de la naturaleza de las demás; pero cuando la materia de la Justicia es cosa determinada, y que sólo toca a personas particulares entre quienes se le guarda a cada una su derecho, entonces se llama Justicia particular y especial.
544. Toda esta virtud, con sus partes y géneros o especies que contiene, guardó la Emperatriz del mundo con todas las criaturas sin comparación de otra ninguna; porque sola ella conoció con mayor alteza y comprendió perfectamente lo que a cada uno se le debía. Y aunque esta virtud de la Justicia no mira inmediatamente a las pasiones naturales, como lo hacen la fortaleza y templanza, según adelante diré, pero muchas veces y de ordinario sucede que, por no estar moderadas y corregidas las mismas pasiones, se pierde la Justicia con los prójimos, como lo vemos en los que por desordenada codicia o deleite sensual usurpan lo ajeno. Pues como en María Santísima ni había pasiones desordenadas ni ignorancia para no conocer el medio de las cosas en que consiste la Justicia, por eso la cumplía con todos obrando lo justísimo con cada uno, enseñando a que todos lo hiciesen cuando merecían oír sus palabras y doctrina de vida. Y en cuanto a la Justicia legal, no sólo la guardó cumpliendo las leyes comunes, como lo hizo en la purificación y en otros mandatos de la ley, aunque estaba exenta como Reina y sin culpa, pero nadie, fuera de su Hijo Santísimo, atendió como esta Madre de Misericordia al bien público y común de los mortales, enderezando a este fin todas las virtudes y operaciones, con que pudo merecerles la Divina Misericordia y aprovechar a los prójimos con otros modos de beneficios.
555. Las dos especies de justicia, que son distributiva y conmutativa, estuvieron también en María Purísima en grado heroico. La justicia distributiva gobierna las operaciones con que se distribuyen las cosas comunes a las personas particulares; y esta equidad guardó Su Alteza en muchas cosas que por su voluntad y disposición se hicieron entre los fieles de la primitiva Iglesia; como en distribuir los bienes comunes para el sustento y otras necesidades de las personas particulares; y aunque nunca distribuyó por su mano el dinero, porque jamás lo trataba, pero repartíase por su orden y otras veces por sus consejos; pero en estas cosas y otras semejantes siempre guardó suma Equidad y Justicia, según la necesidad y condición de cada uno. Lo mismo hacía en la distribución de los oficios y dignidades o ministerios que se repartían entre los discípulos y primeros hijos del Evangelio en las congregaciones y juntas que para esto se hacían. Todo lo ordenaba y disponía esta sapientísima Maestra con perfecta equidad, porque todo lo hacía con especial oración e ilustración Divina, a más de la ciencia y conocimiento ordinario que de todos los sujetos tenía. Y por esto acudían a ella los Apóstoles para estas acciones, y otras personas que gobernaban le pedían consejo; con lo cual todo cuanto por ella era gobernado se hacía y disponía con entera Justicia y sin acepción de personas.
556. La Justicia conmutativa enseña a guardar igualdad recíprocamente en lo que se da y recibe entre las particulares personas; como dar dos por dos, etc., o el valor de una cosa guardando igualdad en ello. De esta especie de Justicia tuvo la Reina del Cielo menos ejercicio que de las otras virtudes, porque ni compraba ni vendía cosa alguna por sí misma, y si alguna era necesario comprar o conmutar, esto lo hacía el Santo Patriarca José, cuando era vivo, y después lo hacían San Juan Evangelista o algún otro de los Apóstoles. Pero el Maestro de la santidad que venía a destruir y arrancar la avaricia, raíz de todos los males (1 Tim., 6, 10), quiso alejar de sí mismo y de su Madre Santísima las acciones y operaciones en que se suele encender y conservar este fuego de la codicia humana. Y por esto su Providencia Divina ordenó que ni por su mano ni por la de su Madre Purísima se ejerciesen las acciones del comercio humano de comprar y vender, aunque fuesen cosas necesarias para conservar la vida natural. Más no por eso dejaba de enseñar la gran Reina todo lo que pertenecía a esta virtud de Justicia conmutativa, para que la obrasen con perfección los que en el apostolado y en la Iglesia primitiva era necesario que usasen de ella.
557. Tiene otras acciones esta virtud que se ejercitan entre los prójimos, cuales son juzgar unos a otros con juicio público y civil o con juicio particular; de cuyo contrario vicio habló el Señor por San Mateo cuando dijo (Mt., 7, 1): No queráis juzgar y no seréis juzgados. En estas acciones de juicio se le da a cada uno lo que se le debe, según la estimación del que juzga; y por esto son acciones justas si se conforman con la razón y si desdicen de ella son injusticia. Nuestra soberana Reina no ejerció el juicio público y civil, aunque tenía potestad para ser juez de todo el universo; pero con sus rectísimos consejos en el tiempo de su vida, y después con su intercesión y méritos, cumplió lo que está de ella escrito en los Proverbios (Prov., 8, 20.16): Yo ando en los caminos de la justicia y por mí determinan los poderosos lo que es justo.
558. En los juicios particulares nunca pudo haber injusticia en el corazón purísimo de María Santísima; porque jamás pudo ser liviana en las sospechas, ni temeraria en los juicios, ni tuvo dudas; ni cuando las tuviera las interpretara con impiedad en la peor parte. Estos vicios injustísimos son propios y como naturales entre los hijos de Adán, en quienes dominan las pasiones desordenadas de odio, envidia y emulación en la malicia, y otros vicios que como esclavos viles los supeditan. De estas raíces tan infectas nacen las injusticias, de las sospechas del mal con leves indicios y de los juicios temerarios y de atribuir lo dudoso a la peor parte; porque cada uno presume fácilmente de su hermano la misma falta que en sí mismo admite. Y si con odio o envidia le pesa del bien de su prójimo y se alegra de su mal, ligeramente le da el crédito que no debía, porque se lo desea, y el juicio sigue al afecto. De todos estos achaques del pecado estuvo libre nuestra Reina, como quien no tenía parte en él; toda era caridad, pureza, santidad y amor perfecto lo que en su corazón entraba y salía; en ella estaba la gracia de toda la verdad (Eclo., 24, 25) y camino de la vida. Y con la plenitud de la ciencia y santidad nada dudaba ni sospechaba; porque todos los interiores conocía y miraba con verdadera luz y misericordia, sin sospechar mal de nadie, sin atribuir culpa a quien estaba sin ella; antes remediando a muchos las que tenían y dando a todos y a cada uno con equidad y justicia lo que le tocaba y estando siempre dispuesta con benigno corazón para llenar a todos los hombres de gracias y dulzura de la virtud.
559. En los dos géneros de justicia, conmutativa y distributiva, se encierran muchas especies y diferencias de virtudes, que no me detengo a referirlas; pues todas las que convenían a María Santísima las tuvo en hábito y en actos supremos y excelentísimos. Pero hay otras virtudes que se reducen a la justicia, porque se ejercitan con otros y participan en algo las condiciones de justicia, aunque no en todo; porque no alcanzamos a pagar adecuadamente todo lo que debemos, o porque, si podemos pagarlo, no es la deuda y obligación tan estrecha como la induce el rigor de la perfecta justicia conmutativa o distributiva. De estas virtudes, porque son muchas y varias, no diré todo lo que contienen; pero por no dejarlo todo, diré algo en compendio brevísimo para que se entienda cómo las tuvo nuestra soberana y muy excelsa Princesa.
560. Deuda justa es dar culto y reverencia a los que son superiores a nosotros; y según la grandeza de su excelencia y dignidad, y los bienes que de ellos recibimos, será mayor o menor nuestra obligación y el culto que les debemos, aunque ningún retorno sea igual con el recibo o con la dignidad. Para esto sirven tres virtudes, según tres grados de superioridad que reconocemos en los que debemos reverencia. La primera es la virtud de la religión, con la que damos a Dios el culto y reverencia que le debemos, aunque su grandeza excede en infinito y sus dones no pueden tener igual retorno de agradecimiento ni alabanza. Esta virtud entre las mortales es nobilísima por su objeto, que es el culto de Dios, y su materia tan dilatada cuantos son los modos y materias en que Dios puede inmediatamente ser alabado y reverenciado. Compréndense en esta virtud de religión las obras interiores de la oración, contemplación y devoción, con todas sus partes y condiciones, causas, efectos, objetos y fin. De las obras exteriores se comprende aquí la adoración latría, que es la suprema y debida a sólo Dios con sus especies o partes que la siguen, como son el sacrificio, oblaciones, décimas, votos y juramentos y alabanzas externas y vocales; porque con todos estos actos, si debidamente se hacen, es Dios honrado y reverenciado de las criaturas y por el contrario con los vicios opuestos es muy ofendido.
561. En segundo lugar está la piedad, que es una virtud con que reverenciamos a los padres, a quienes después de Dios debemos el ser y educación, y también a los que participan esta causa, como son los deudos y la patria, que nos conserva y gobierna. Esta virtud de la piedad es tan grande, que se debe anteponer, cuando ella obliga, a los actos de supererogación de la virtud de la religión, como lo enseñó Cristo Señor nuestro por san Mateo (Mt., 15, 3ss), cuando reprendió a los fariseos que con pretexto del culto de Dios enseñaban a negar la piedad con los padres naturales. El tercero lugar toca a la observancia, que es una virtud con que damos honor y reverencia a los que tienen alguna excelencia o dignidad superior de diferente condición que la de los padres o natural patria. En esta virtud ponen los doctores la dulía y la obediencia como especies suyas. Dulía es la que reverencia a los que tienen alguna participación de la excelencia y dominio del supremo Señor, que es Dios, a quien toca el culto de la adoración latría. Por esto honramos a los Santos con adoración o reverencia dulía, y también a las superiores dignidades, cuyos siervos nos manifestamos. La obediencia es con la que rendimos nuestra voluntad a la de los superiores, queriendo cumplir la suya y no la nuestra. Y porque la libertad propia es tan estimable, por eso esta virtud es tan admirable y excelente entre todas las virtudes morales, porque deja más la criatura en ella por Dios que en otra ninguna.
562. Estuvieron estas virtudes de religión, piedad y observancia en María Santísima con tanta plenitud y perfección que nada les faltó de lo posible a pura criatura. ¿Qué entendimiento podrá alcanzar la honra, veneración y culto con que esta Señora servía a su Hijo dilectísimo, conociéndole, adorándole por verdadero Dios y Hombre, Criador, Reparador, Glorificador y Sumo, Infinito, Inmenso en ser, bondad y todos sus atributos? Ella fue quien de todo conoció más entre las puras criaturas y más que todas ellas, y a este paso daba a Dios la debida reverencia y la enseñó a los mismos Serafines. En esta virtud fue maestra de tal suerte que sólo verla despertaba, movía y provocaba con oculta fuerza a que todos reverenciasen al supremo Señor y Autor del cielo y tierra y sin otra diligencia excitaba a muchos para que alabasen a Dios. Su oración, contemplación y devoción, y la eficacia que tuvo, y la que siempre tienen sus peticiones, todos los Ángeles y Bienaventurados la conocen con admiración eterna y todos no la podrán explicar. Débenle todas las criaturas intelectuales el haber suplido y recompensado, no sólo lo que ellos han ofendido, pero lo que no han podido alcanzar, ni obrar, ni merecer. Esta Señora adelantó el remedio del mundo y, si ella no estuviera en él, no saliera el Verbo del seno de su Eterno Padre. Ella transcendió a los Serafines desde el primer instante en contemplar, orar, pedir y estar devotamente pronta en el obsequio Divino. Ofreció sacrificios cual convenía, oblaciones, décimas, y todo tan acepto a Dios que por parte del oferente nadie fue más acepta después de su Hijo Santísimo. En las eternas alabanzas, himnos, cánticos y oraciones vocales que hizo, fue sobre todos los Patriarcas y Profetas y, si los tuviera la Iglesia militante, como se conocerán en la triunfante, fuera nueva admiración del mundo.
563. Las virtudes de piedad y observancia tuvo Su Majestad como quien más conocía la deuda a sus padres y más sabía de su heroica santidad. Lo mismo hizo con sus consanguíneos, llenándolos de especiales gracias, como al Bautista y a su madre Santa Isabel, y a los demás del apostolado. A su patria, si no lo hubiera desmerecido la ingratitud y dureza de los judíos, la hubiera hecho felicísima, pero, en cuanto la Divina equidad permitió, la hizo muy grandes beneficios y favores espirituales y visibles. En la reverencia de los Sacerdotes fue admirable, como quien sola pudo y supo dar el valor a la dignidad de los cristos del Señor. Esto enseñó a todos; y después a reverenciar los Patriarcas, Profetas y Santos, y luego a los señores temporales y supremos en la potestad. Y ningún acto de estas virtudes omitió que en diferentes tiempos y ocasiones no los ejercitase y enseñase a otros, especialmente a los primeros fieles en el origen y principio de la Iglesia Evangélica, donde obedeciendo, no ya a su Hijo Santísimo ni a su Esposo presencialmente pero a los Ministros de ella, fue ejemplo de nueva obediencia al mundo; pues entonces con especiales razones se la debían todas las criaturas a la que en él quedaba por Señora y Reina que los gobernase.
564. Restan otras virtudes que también se reducen a la Justicia, porque con ellas damos lo que debemos a otros con alguna deuda moral, que es un honesto y decente título. Estas son: la gratitud, que se llama gracia, la verdad o veracidad, la vindicación, la liberalidad, la amistad o afabilidad. Con la gratitud hacemos alguna igualdad con aquellos de quienes recibimos el beneficio, dándoles gracias por él, según la condición del beneficio, y también según el estado y condición del bienhechor; que a todo esto se debe proporcionar el agradecimiento y se puede hacer con diversas acciones. La veracidad inclina a tratar verdad con todos, como es justo que se trate en la vida humana y conversación necesaria de los hombres, excluyendo toda mentira que en ningún suceso es lícita toda engañosa simulación, hipocresía, jactancia e ironía. Todos estos vicios se oponen a la verdad; y si bien es posible y aun conveniente declinar en lo menos cuando hablamos de nuestra propia excelencia o virtud, para no ser molestos con exceso de jactancia, pero no es justo fingir menos con mentira, imputándose lo que no tiene de vicio. La vindicación es virtud que enseña a recompensar y deshacer con alguna pena el daño propio o el del prójimo que recibió de otro. Esta virtud es dificultosa entre los mortales, que de ordinario se mueven con inmoderada ira y odio fraternal, con que se falta a la caridad y justicia; pero cuando no se pretende el daño ajeno sino el bien particular o público, no es ésta pequeña virtud, pues usó de ella Cristo nuestro Señor cuando expelió del templo a los que le violaban con irreverencia (Jn., 2, 15); y Elias y Eliseo pidieron fuego del cielo (4 Re., 1) para castigar algunos pecados; y en los Proverbios se dice (Prov., 13, 24): Quien perdona la vara del castigo, aborrece a su hijo. La liberalidad sirve para distribuir conforme a razón el dinero o semejantes cosas, sin declinar a los vicios de avaricia y prodigalidad. La amicicia o afabilidad consiste en el decente y conveniente modo de conversar y tratar con todos, sin litigios ni adulación, que son los vicios contrarios de esta virtud.
565. Ninguna de todas éstas y si hay otra alguna que se atribuya a la justicia faltó a la Reina del Cielo; todas las tuvo en hábito y las ejercitó con actos perfectísimos, según ocurrían las ocasiones, y a muchas almas enseñó y dio luz con que las obrasen y ejerciesen con perfección, como Maestra y Señora de toda santidad. La virtud de la gratitud con Dios ejercitó con los actos de religión y culto que dijimos, porque éste es el más excelente modo de agradecer; y como la dignidad de María Purísima y su proporcionada santidad se levantó sobre todo entendimiento criado, así dio el retorno esta eminente Señora, proporcionándose al beneficio, cuanto a pura criatura era posible; y lo mismo hizo en la piedad con sus padres y patria, como queda dicho. A los demás agradecía la humildísima Emperatriz cualquier beneficio, como si nada se le debiera, y, debiéndosele todo de justicia, lo agradecía con suma gracia y favor; pero sola ella supo dignamente y alcanzó a dar gracias por los agravios y ofensas, como por grandes beneficios, porque su incomparable humildad nunca reconocía injurias y de todas se daba por obligada; y como no olvidaba los beneficios, no cesaba en el agradecimiento.
566. En la verdad que trataba María Señora nuestra, todo cuanto se puede decir será poco; pues quien estuvo tan superior al demonio, padre de la mentira y engaño, no pudo conocer en sí tan despreciable vicio. La regla por donde se ha de medir en nuestra Reina esta virtud de la verdad es su caridad y sencillez columbina, que excluyen toda duplicidad y falacia en el trato de las criaturas. Y ¿cómo pudiera hallarse culpa ni dolo en la boca de aquella Señora que con una palabra de verdadera humildad trajo a su vientre al mismo que es verdad y santidad por esencia? En la virtud que se llama vindicación tampoco le faltaron a María Santísima muchos actos perfectísimos, no sólo enseñándola como maestra en las ocasiones que fue necesario en los principios de la Iglesia evangélica, pero por sí misma celando la honra del Altísimo y procurando reducir a muchos pecadores por medio de la corrección, como lo hizo con Judas muchas veces, o mandando a las criaturas que todas le estaban obedientes castigasen algunos pecados para el bien de los que con ellos merecían eterno castigo. Y aunque en estas obras era dulcísima y suavísima, más no por eso perdonaba al castigo cuando y con quien era medio eficaz de purificar el pecado; pero con quien más ejercitó la venganza, fue contra el demonio, para librar de su servidumbre al linaje humano.
567. De las virtudes de liberalidad y afabilidad tuvo asimismo la soberana Reina actos excelentísimos; porque su largueza en dar y distribuir era como de suprema Emperatriz de todo lo criado y de quien sabía dar la estimación a todo lo visible e invisible dignamente. Nunca tuvo esta Señora cosa alguna, de las que puede distribuir la liberalidad, que juzgase por más propia que de sus prójimos; ni jamás a nadie las negó, ni aguardó que les costase el pedirlas, cuando esta Señora pudo adelantarse a darlas. Las necesidades y miserias que remedió en los pobres, los beneficios que les hizo, las misericordias que derramó, aun en cosas temporales, no se pueden contar en inmenso volumen. Su afabilidad amigable con todas las criaturas fue tan singular y admirable que, si no la dispusiera con rara prudencia, se fuera todo el mundo tras ella, aficionado de su trato dulcísimo; porque la mansedumbre y suavidad, templada con su divina severidad y sabiduría, descubrían en ella en tratándola, unos asomos de más que humana criatura. El Altísimo dispuso esta gracia en su Esposa con tal Providencia que, dando algunas veces indicios a los que la trataban del sacramento del Rey que en ella se encerraba, luego corría el velo y lo ocultaba, para que hubiese lugar a los trabajos, impidiendo el aplauso de los hombres; y porque todo era menos de lo que se le debía, y esto ni lo alcanzaban los mortales, ni atinaran a reverenciar como a criatura a la que era Madre del Criador, sin exceder o faltar, mientras nollegaba el tiempo de ser ilustrados los hijos de la Iglesia con la fe cristiana y católica.
568. Para el uso más perfecto y adecuado de esta virtud grande de la Justicia le señalan los doctores otra parte o instrumento, que llaman epiqueya, con la cual se gobiernan algunas obras que salen de las reglas y leyes comunes; porque éstas no pueden prevenir todos los casos ni sus circunstancias ocurrentes, y así es necesario obrar en algunas ocasiones con razón superior y extraordinaria. De esta virtud tuvo necesidad y usó la Reina soberana en muchos sucesos de su vida santísima, antes y después de la ascensión de su Hijo unigénito a los cielos, y especialmente después, para establecer las cosas de la primitiva Iglesia, como en su lugar diré (Cf. p. III), si fuere servido el Altísimo.

Doctrina de la Reina del cielo.

569. Hija mía, en esta dilatada virtud de la Justicia, aunque has conocido mucho del aprecio que merece, ignoras lo más por el estado de la carne mortal, y por eso mismo no alcanzarán tampoco las palabras a la inteligencia; pero en ella tendrás un copioso arancel del trato que debes a las criaturas y también al culto del Altísimo. Y en esta correspondencia te advierto, carísima, que la majestad suprema del Todopoderoso recibe con justa indignación la ofensa que le hacen los mortales, olvidándose de la veneración, adoración y reverencia que le deben; y cuando alguna le dan, es tan grosera, inadvertida y descortés, que no merecen premio sino castigo. A los príncipes y magnates del mundo reverencian profundamente y los adoran, pídenles mercedes y las solicitan por medios y diligencias exquisitas, y danles muchas gracias cuando reciben lo que desean y se ofrecen a ser agradecidos toda la vida; pero al supremo Señor que les da el ser, vida y movimiento, que los conserva y sustenta, que los redimió y levantó a la dignidad de hijos y les quiere dar su misma gloria y es infinito y sumo bien, a esta Majestad, porque no le ven con los ojos corporales, la olvidan y, como si de su mano no les vinieran todos los bienes, se contentan cuando mucho con hacer un tibio recuerdo y apresurado agradecimiento; y no digo ahora lo que ofendan al justísimo Gobernador del universo los que inicuamente rompen y atropellan con todo el orden de justicia con sus prójimos, como quien pervierte toda la razón natural, queriendo para sus hermanos lo que no quieren para sí mismos.
570. Aborrece, hija mía, tan execrables vicios y cuanto pueden tus fuerzas recompensa con tus obras lo que deja de ser servido el Altísimo con esta mala correspondencia; y pues por tu profesión estás dedicada al Divino culto, sea ésta tu principal ocupación y afecto, asimilándote a los espíritus angélicos, incesantes en el temor y culto suyo. Ten reverencia a las cosas Divinas y Sagradas, hasta los Ornamentos y Vasos que sirven a este Ministerio. En el Oficio Divino, oración y sacrificio, procura estar siempre arrodillada; pide con fe y recibe con humilde agradecimiento; y éste le has de tener con todas las criaturas, aun cuando te ofendieren. Con todos te muestra piadosa, afable, blanda, sencilla y verdadera, sin ficción ni doblez, sin detracción ni murmuración, sin juzgar livianamente a tus prójimos. Y para que cumplas con esta obligación de Justicia, lleva siempre en tu memoria y deseo hacer con tus prójimos lo que tú quieres que se haga contigo misma; y mucho más te acuerda de lo que hizo mi Hijo Santísimo, y yo a su imitación, por todos los hombres.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #56

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