Mistica Ciudad de Dios - Virgen María
 
por María de Agreda

 - Treasury of Prayers, Catholic inspirations, meditations, reflexions El Altísimo dio luz a los Sacerdotes de la inocencia inculpable de María Santísima, y a ella de que estaba cerca el tránsito dichoso de su madre Santa Ana; y hallóse en él.

INDICE   Libro  2   Capítulo  19    Versos:  713-727


713. No dormía el Altísimo ni dormitaba (Sal., 120, 4) entre les clamores dulces de su dilecta esposa María, si bien disimulaba oírlos, recreándose con ellos en el prolongado ejercicio de sus penas, que le ocasionaban tan gloriosos triunfos y admiración y alabanza de los espíritus soberanos. Perseveraba siempre el fuego lento de aquella persecución ya dicha para que la divina fénix María se renovase muchas veces en las cenizas de su humildad y renaciese su purísimo corazón y espíritu en nuevo ser y estado de la Divina gracia. Pero cuando ya era tiempo oportuno de poner término a la ciega envidia y emulación de aquellas engañadas doncellas, para que sus parvuleces no pasasen a descrédito de la que había de ser honra de toda la naturaleza y gracia, habló en sueños al Sacerdote y le dijo el mismo Señor: Mi Sierva María es agradable a mis ojos, es perfecta y escogida y está sin culpa en lo que se le atribuye.La misma inteligencia y revelación tuvo Ana, la maestra de las doncellas. Y a la mañana el Sacerdote y ella confirieron la Divina luz y aviso que entrambos habían recibido; y con este conocimiento del cielo se compungieron del engaño padecido y llamaron a la princesa María pidiéndola perdón de haber dado crédito a la falsa relación de las doncellas y la propusieron todo lo que les pareció conveniente para retirarla y defenderla de la persecución que la hacían y las penas que la ocasionaban.
714. Oyó esta propuesta la que era Madre y origen de la humildad y respondió al Sacerdote y Maestra: Señores, yo soy a quien se deben las reprensiones, y os suplico no desmerezca oírlas, pues como necesitada las pido y estimo. La compañía de mis hermanas las doncelias para mí es muy amable y no quiero perderla por mis deméritos, pues tanto debo a todas por lo que me han sufrido y en retorno de este beneficio las deseo más servir; pero si me mandáis otra cosa, aquí estoy para obedecer a Vuestra voluntad.Esta respuesta de María Santísima confortó y consoló más al Sacerdote y Maestra y aprobaron su humilde petición; pero de allí adelante atendieron más a ella mirándola con nueva reverencia y afecto. Pidió la Virgen humildísima al Sacerdote la mano y bendición, y también a la Maestra, como lo tenía de costumbre, y con esto la dejaron. Pero como al sediento se le van los sentidos y el apetito tras del agua cristalina que se aleja, así quedó el corazón de María Señora nuestra entre anhelado y dolorido por aquel ejercicio de padecer, que como sedienta y abrasada en el amor divino juzgaba que, con la diligencia que el Sacerdote y Maestra querían hacer, le faltaría para adelante el tesoro de los trabajos.
715. Retiróse luego nuestra Reina y a solas hablando con el Altísimo le dijo: ¿Por qué, Señor y amado Dueño mío, tanto rigor conmigo? ¿Por qué tan larga ausencia y tanto olvido de quien sin Vos no vive? Y si en mi prolija soledad sin vuestra vista dulce y amorosa me consolaban las prendas ciertas de vuestro amor, cuales eran los pequeños trabajos que padecía por él, ¿cómo viviré ahora en mi deliquio sin este alivio? ¿Por qué, Señor, tan presto alzáis la mano de este favor? ¿Quién fuera de vos pudiera trocar el corazón de mis señores los Sacerdotes y Maestra? Pero no merecía yo el beneficio de sus caritativas reprensiones, no soy digna de padecer trabajos, porque no lo soy tampoco de vuestra deseada vista y regalada presencia. Si no he sabido obligaros, Padre y Señor mío, yo enmendaré mis negligencias y si me dais algún alivio a mi flaqueza, ninguno puede serlo faltándole a mi alma la alegría de vuestra cara; pero en todo espero, Esposo mío, con rendido afecto que se cumpla vuestro Divino beneplácito.
716. Con este desengaño de los Sacerdotes y Maestra del Templo se atajó la molestia que las doncellas daban a nuestra soberana Princesa, y a ellas también moderó el Señor, impidiendo juntamente al demonio que las irritaba. Pero la ausencia con que estaba escondido de la divina Esposa duró por diez años; cosa admirable; si bien la interrumpía el Altísimo algunas veces corriendo la cortina de su rostro, para que su querida tuviese algún alivio; mas no fueron muchas las que dispensó en este tiempo, y éstas con menos regalo y caricia que en los primeros años de la niñez. Fue conveniente esta ausencia del Señor, para que por el ejercicio de todas las virtudes se dispusiese nuestra Reina con la perfección ejecutada para la dignidad que el Altísimo la prevenía; y si gozara siempre de la vista de Su Majestad por los modos que sucesivamente la tenía en lo demás del tiempo, y arriba declaramos (Cf. supra n. 615-645), no pudiera padecer por el orden común de pura criatura.
717. Pero en este género de retiro y ausencia del Señor, aunque a María Santísima le faltaban las visiones intuitivas y de la Divina esencia y las de los Ángeles que se dijo arriba, tenían su alma santísima y sus potencias más dones de gracias y luz sobrenatural que alcanzaron ni recibieron todos los Santos, porque en esto nunca la mano del Altísimo estuvo abreviada con ella; mas, en comparación de las visiones frecuentes de los primeros años, llamo ausencia y retiro del Señor haber estado sin ellas tanto tiempo. Comenzóle esta ausencia ocho días antes de la muerte de su padre San Joaquín; y luego sucedieron las persecuciones del infierno por sí y tras ellas las de las criaturas, con que llegó nuestra Princesa a los doce años de su edad. Y entrada ya en ellos, un día los Santos Ángeles sin manifestársele la hablaron y dijeron: María, el término de la vida de tu santa madre Ana está dispuesto por el Altísimo se cumpla ahora, y Su Majestad ha determinado que sea libre de las prisiones del cuerpo mortal y sus trabajos tengan dichoso fin.
718. Con este nuevo y doloroso aviso se enterneció el corazón de la piadosa hija y, postrándose en la presencia del Altísimo, hizo una fervorosa oración por la buena muerte de su madre Santa Ana, y dijo: Rey de los siglos invisible y eterno, Señor inmortal y poderoso, autor de todo el universo, aunque soy polvo y ceniza y confieso que tendré desobligada a vuestra grandeza, no por eso dejaré de hablar a mi Señor (Gén., 18, 27) y derramaré mi corazón en su presencia (Sal., 61, 9), esperando, Dios mío, que no despreciaréis a la que siempre ha confesado vuestro Santo Nombre. Enviad, Señor mío, en paz a vuestra sierva, que con invicta Fe y con Esperanza cierta ha deseado cumplir vuestro Divino beneplácito. Salga victoriosa y triunfante de sus enemigos al seguro puerto de los Santos Vuestros escogidos; confírmela Vuestro brazo poderoso; asístala en el término de la carrera de nuestra mortalidad la misma diestra que hizo perfectas sus pisadas y descanse, Padre mío, en la paz de Vuestra gracia y amistad la que siempre la procuró con verdadero corazón.
719. No respondió el Señor de palabra a esta petición de su amada, pero la respuesta fue un admirable favor que hizo a ella y a su Santa Madre Ana. Mandó Su Majestad aquella noche que los Santos Ángeles de María Santísima la llevasen real y personalmente a la presencia de su madre enferma y que en su lugar quedase sustituto uno de ellos, tomando cuerpo aéreo de su misma forma. Obedecieron los Ángeles al Divino mandato y llevaron a su Reina y nuestra a la casa y aposento de su madre Santa Ana. Y hallándose con ella la divina Señora, la dijo besándole la mano: Madre mía y mi Señora, sea el Altísimo vuestra luz y fortaleza y sea bendito, pues no ha querido su dignación que yo, pobre y necesitada, quedase sin el beneficio de vuestra última bendición; recíbala yo, madre mía, de vuestra mano.Diole su bendición Santa Ana, y con íntimo afecto dio al Señor las gracias de aquel beneficio, como quien conocía el sacramento de su hija y Reina, a la cual también agradeció el amor que en tal ocasión había manifestado.
720. Luego se convirtió nuestra Princesa a su Santa Madre y la confortó y animó para el trance de la muerte; y entre otras muchas razones de incomparable consuelo, la dijo éstas: Madre y querida de mi alma, necesario es que por la puerta de la muerte pasemos a la eterna vida que esperamos; amargo es y penoso el tránsito, pero fructuoso; porque se admite por el Divino beneplácito y es principio de la seguridad y sosiego y satisface asimismo por las negligencias y defectos de no haber empleado tan ajustadamente la vida como debe la criatura. Recibid, madre mía, la muerte y pagad con ella la común deuda con alegría de espíritu y partid segura a la compañía de los Santos Patriarcas, Profetas, Justos y Amigos de Dios, nuestros padres, donde con ellos esperaréis la Redención que nos enviará el Altísimo por medio de su salud y nuestro Salvador; la seguridad de esta esperanza será el alivio mientras llega la posesión del bien que todos esperamos.
721. Santa Ana respondió a su Hija Santísima con el recíproco amor y consuelo digno de tal madre y tal hija en aquella ocasión, y con maternal caricia la dijo: María, hija mía querida, cumplid ahora con esta obligación, no me olvidando en la presencia de nuestro Señor Dios y Criador, representándole mi necesidad de su Divina protección en esta hora; advertid lo que debéis a quien os concibió y tuvo en sus entrañas nueve meses y después sustentó a sus pechos y siempre os tiene en el corazón. Pedid, hija mía, al Señor extienda la mano de sus misericordias infinitas sobre esta inútil criatura que salió de ellas, y venga sobre mí su bendición en esta hora de mi muerte, pues ahora y siempre he puesto mi confianza toda en solo su Santo Nombre, y no me desamparéis, amada mía, antes que cerréis mis ojos. Huérfana quedáis y sin amparo de los hombres, pero en la protección del Altísimo viviréis y esperaréis en sus misericordias antiguas. Caminad, hija de mi corazón, por el camino de las justificaciones del Señor (Sal., 118, 27) y pedid a Su Majestad gobierne vuestros afectos y potencias y sea el maestro que os enseñe su Santa Ley. No salgáis del Templo antes de tomar estado, y éste sea con el sano consejo de los Sacerdotes del Señor y habiendo pedido continuamente a Dios que lo disponga de su mano; y si fuere su voluntad daros esposo, sea de Judá y de linaje de David. De la hacienda de vuestro padre Joaquín y mía, que os pertenece, partiréis con los pobres, con quienes seréis larga y caritativa. Guardaréis vuestro secreto en lo escondido de vuestro pecho y continuamente pediréis al Omnipotente quiera su misericordia enviar al mundo su salud y redención por el Mesías prometido. Ruego y suplico a su bondad infinita que sea vuestro amparo y venga sobre vos su bendición con la mía.
722. Entre tan altos y divinos coloquios la dichosa madre Santa Ana sintió las últimas congojas de la muerte, o de la vida, y reclinada en el trono de la gracia que eran los brazos de su Hija Santísima María dio su alma purísima a su Criador. Y habiéndole cerrado los ojos, como lo pidió a su hija, dejando el sagrado cuerpo compuesto, volvieron los Santos Ángeles a su reina María Purísima y la restituyeron a su lugar en el Templo. No impidió el Altísimo la fuerza del natural amor para que la divina Señora no sintiera con gran ternura y dolor la muerte de su feliz madre y con ella su propia soledad sin tal amparo. Pero estos movimientos dolorosos fueron en nuestra Reina santos y perfectísimos, gobernados y regulados por la gracia de su inocente pureza y de su prudentísima inocencia; y con ella alabó al Muy Alto por las misericordias infinitas que en su Santa Madre había mostrado en su vida y muerte; y siempre se continuaban las querellas dulces y amorosas de tener oculto al Señor.
723. Mas no pudo saber la hija santísima todo el consuelo de su dichosa madre en tenerla presente a su muerte, porque ignoraba la hija su propia dignidad y sacramento que conocía la madre, la cual guardó siempre este secreto, como el Altísimo se lo había mandado Pero hallándose a su cabecera la que era lumbre de sus ojos, y la había de ser de todo el universo, y expirando en sus manos, no pudo desear más en su vida mortal, para darle fin más dichoso que todos los mortales hasta ella. Murió llena no tanto de años como de merecimientos, y su alma santísima fue colocada por los ángeles en el seno de Abrahán y reconocida y venerada por todos los Patriarcas, Profetas y Justos que allí estaban. Fue esta santísima matrona en lo natural de dilatado y magnánimo corazón, de claro y alto entendimiento, fervorosa, y con esto muy sosegada y pacífica; la persona de mediana estatura, algo menor que su hija Santísima María, el rostro algo redondo, el semblante siempre igual y muy compuesto, el color blanco y colorado; y al fin fue madre de la que lo fue del mismo Dios, y en esta dignidad encierra juntas muchas perfecciones. Vivió Santa Ana cincuenta y seis años, repartidos de esta manera: de veinte y cuatro se casó con San Joaquín, veinte estuvo casada sin sucesión y en el cuarenta y cuatro parió a María Santísima, y doce que sobrevivió de la edad de esta Reina, que fueron tres que la tuvo en su compañía y nueve en el templo, hacen todos cincuenta y seis.
724. De esta grande y admirable Señora he oído que algunos autores graves afirman se casó tres veces y en cada uno de los matrimonios fue madre de una de las tres Marías, y que otros sienten lo contrario (Según esta opinión el matrimonio de Santa Ana se estructuraría de esta manera: se casó primero con San Joaquín y de este matrimonio nació María, la Madre de Dios; muerto San Joaquín se casó con Cleofás y de este matrimonio nació María Cleofás; muerto Cleofás se casó con Salomé y nace María Salomé. Samaniego cita en favor de esta sentencia, entre otros, a Estrabón, Haymon Albertense, Hugo de S. Víctor, Pedro Comestor, Ludulfo Cartujano, San Antonio de Florencia y Pedro Sutor Cartujano, quien escribió De triplici connubio D. Annae, donde a su vez cita en su favor a Alberto Magno, Pedro de Tarantasia [Inocencio V] y Vincencio Belvacense --- Notas a la MCD, nota 35 a la primera parte). A mí me ha dado el Señor por sola su bondad inmensa luz grande de la vida de esta dichosa Santa y nunca se me ha mostrado que se casase más de con San Joaquín, ni que haya tenido otra hija fuera de María, Madre de Cristo; puede ser que, por no ser perteneciente ni necesario a la Historia divina que escribo, no se me haya declarado si fue o no tres veces casada Santa Ana, o que las otras Marías, que se llaman sus hermanas, fuesen primas hermanas, hijas de hermana de Santa Ana. Cuando murió su esposo San Joaquín quedó en cuarenta y ocho años de edad, y la escogió y entresacó el Altísimo del linaje de las mujeres, para que fuese madre de la que fue superior a todas las criaturas y sólo a Dios inferior, pero madre suya; y por haber tenido esta hija, y por ella ser abuela del Humanado Verbo, todas las naciones pueden llamarla bienaventurada a la felicísima Santa Ana.

Doctrina de la Reina Santísima María.

725. Hija mía, la mayor ciencia de la criatura es dejarse toda en manos de su Criador, que sabe para qué la formó y cómo la ha de gobernar. A ella sólo le pertenece vivir atenta a la obediencia y amor de su Señor; y él es fidelísimo en el cuidado de quien así le obliga y toma por su cuenta todos los negocios y sucesos para sacar de ellos victorioso y acrecentado a quien de su verdad se fía. Aflige y corrige con adversidades a los justos, consuela y vivifica (1 Sam., 2, 6) con favores, alienta con promesas y atemoriza con amenazas; auséntase para más solicitar los afectos del amor, manifiéstase para premiarlos y conservarlos y con esta variedad hace más hermosa y agradable la vida de los escogidos. Todo esto es lo que me sucedía a mí en lo que has escrito, visitándome y preparándome su Misericordia por diversos modos de favores, de trabajos del adversario, persecuciones de criaturas, desamparo de mis padres y de todos.
726. Entre esta variedad de ejercicios no se olvidaba de mi flaqueza el Señor y con el dolor de la muerte de mi madre Santa Ana juntó el consuelo y alivio de hallarme presente a ella. ¡Oh alma, y cuántos bienes pierden las criaturas por no alcanzar esta sabiduría! Niéganse ignorantes a la Divina Providencia, que es fuerte, suave y eficaz, que mide los orbes y elementos (Is., 40, 12; Job 31, 4), cuenta los pasos, numera los pensamientos y todo lo dispone en beneficio de la criatura; y entréganse de todo punto a su misma solicitud, que es dura, ineficaz y flaca, ciega, incierta y precipitada. De este mal principio se originan y se siguen para la criatura irreparables daños, porque ella misma se priva de la Divina protección y se degradúa de la dignidad de tener a su Criador por amparo y tutor suyo. Y a más de esto, si por la sabiduría carnal y diabólica a quien se somete le sucede alcanzar alguna vez lo que con ella busca, se juzga por dichosa su infelicidad y con sensible gusto bebe el mortal veneno de la eterna muerte entre la engañosa delectación que desamparada y aborrecida de Dios consigue.
727. Conoce, pues, hija mía, este peligro, y sea toda tu solicitud en arrojarte segura en la Providencia de tu Dios y Señor, que, siendo infinito en sabiduría y poder, te ama mucho más que tú a ti misma y sabe y quiere para ti mayores bienes que tú sabes desear ni pedir. Fíate de esta bondad y de sus promesas que no admiten engaño; oye lo que dice por su profeta (Is., 3, 10): Al justo, que bien está, aceptando sus deseos y cuidados y encargándose de ellos para remunerarlos con largueza. Con esta segurísima confianza llegarás en la vida mortal a una participación de bienaventuranza en la tranquilidad y paz de tu conciencia; y aunque te halles rodeada de las impetuosas olas de las tentaciones y adversidades, que te acometen los dolores de la muerte y te cercan las penalidades del infierno (Sal., 17, 5-6), espera y sufre con paciencia, que no perderás el puerto de la gracia y beneplácito del Altísimo.
Apostolado del Trabajo de Dios - mcdd #67

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