Llamados a la santidad

Aquellos que viven una vida en Cristo pueden obtener la Salvación. Nosotros les llamamos santos. La Iglesia pasa ha establecido un proceso muy minucioso para considerar la santidad de una persona fallecida. Sin embargo todos somos llamados a ser santos puesto que la voluntad de Dios es que seamos santos, ya que nada profano puede  entrar al Cielo [Apocalipsis 21:27], por eso "nos tenemos que volver santos".

Tenemos una nube de testigos en nuestra Iglesia y les llamamos santos porque ellos han vivido sus vidas de acuerdo al Evangelio [Hebreos 12:1]. Algunos de ellos han hecho milagros, todos son nuestros intercesores ante Dios. La Virgen María es la mas grande de todos los santos. Los cuerpos de algunos santos permanecen incorruptos por cientos anos después de sus muertes como testimonio con un signo de Dios [Hechos 2:27].

Muchos de nosotros perdemos el entusiasmo de vivir una vida de santidad porque nos parece que es algo imposible  [Lucas 5:8]. Si esto fuera imposible, el Señor no nos llamaría a la santidad, por eso es nuestro deber responderle a su llamado.
 

El pecado

El alma es el espejo de la luz de Dios, El mira al alma nuestra como cualquiera de nosotros se mira en un espejo. Cuando pecamos enmugramos la superficie de nuestras almas y no podemos reflejar mas la luz de Dios. El alma es herida por el pecado y se vuelve como un leproso, tan solo la sanación que viene del perdón de Dios le puede restaurar.

El pecado nos separa de Dios, al igual que una pared separa un lado de otro. Nuestros pecados crean una pared tan inmensa que no nos permite llegar a Dios [Isaías 59:2], y puesto que es hecha por nosotros mismos, Dios espera hasta que la derribemos con nuestro arrepentimiento.

Nuestros pecados son oscuridad, Dios es Luz. Nosotros podemos pensar de alguien en un cuarto cerrado, con todas las ventanas y puertas cerradas, sin ninguna grieta que permita que entre la luz, en otras palabras sin ninguna luz. Así es que nosotros vivimos cuando estamos en pecado. La luz de la Gracia de Dios no puede penetrar el mundo de oscuridad que nuestros pecados han creado. Es entonces cuando tenemos que abrir personalmente las ventanas de nuestras almas con el arrepentimiento y el dolor de haber ofendido a Dios para que su luz pueda brillar de nuevo sobre nosotros trayéndonos paz, amor y gozo.

El pecado es algo muy detestable y horrible, en contraste Dios es muy amable y hermoso así que El no puede soportar la vista del pecado, El es perfecto y no puede tolerar las imperfecciones, El es Amor y no puede aceptar el odio.

Todo los opuesto de lo bueno nos impiden tener una relación perfecta con Dios, así que tenemos por eso que destruir el pecado completamente en nuestras vidas para poder vivir para Dios.

Como deshacernos del pecado?

"¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" [Lucas 18:10-14]

Dos hombres vinieron al templo, uno se estaba justificando a si mismo diciendo: Señor gracias por haberme hecho un hombre bueno, yo pago mis contribuciones a la Iglesia, doy limosnas, estudio la ley de los profetas, soy realmente bueno, pero ese hombre que esta allí en aquella esquina es un publicano, verdaderamente un pecador, estoy muy contento de que no soy como el. Mientras tanto el otro hombre estaba dándose golpes de pecho y diciendo "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!"

Jesús aseguró que el segundo hombre se fue a casa justificado de sus pecados porque aceptó que era pecador. De la misma manera en otra ocasión alguien llamó al Señor bueno, pero el Señor le contradijo diciéndole que tan solo hay uno quien es bueno, el Padre en el Cielo. Por esto, nosotros no somos buenos. Mientras mas pensemos que lo somos, menos buenos seremos porque estamos permitiendo que el orgullo nos domine.

Tenemos que entender que la única razón por la cual Cristo murió por nosotros es porque su bondad compensa por nuestra maldad. Hemos ofendido a Dios empezando por Adán hasta el ultimo hombre, y la ofensa es de valor infinito porque ha sido hecha no en contra de algo o alguien finito sino en contra de Dios quien es Poderoso e Infinito en todas sus perfecciones. Por esta razón nuestra ofensa tenía que ser pagada con moneda de valor infinito la cual es Cristo Nuestro Señor.

Tenemos una deuda infinita con El, si es que aspiramos a vivir eternamente. Como podemos pagarle? Dios sabe de que somos hechos y El solamente espera que creamos en El, que creamos en Su HIjo y que aceptemos Su Salvación. El nos ha llamado al arrepentimiento, a que enmendemos nuestras vidas para amarle y para amar a nuestro prójimo.

El hombre justo peca siete veces al día [Proverbios 24:16], así que tenemos deveras que pecar aun mas veces que "el". Debemos aceptar que somos pecadores y tenemos que derramar lagrimas de arrepentimiento por nuestros pecados.

Para poder apreciar el Amor de Dios por nosotros, tenemos que familiarizarnos con la Pasión, agonía y muerte de Nuestro Señor Jesucristo, nuestro Rey. De esta manera le conoceremos mas y este conocimiento crecerá hasta convertirse en un gran amor de Dios. De la misma manera entenderemos el papel de la Virgen María en nuestra Salvación, puesto que es a través de María que Jesús vino al mundo y nosotros tenemos que convencernos de la deuda que tenemos con Ella quien es nuestra Madre y Reina.

Dios es infinitamente misericordioso [Salmo 103], pero nosotros tenemos que venir al Trono de la Misericordia para obtener perdón por nuestros pecados, tenemos verdaderamente que tener dolor de haber crucificado a Jesús en la cruz y tenemos que venir a El con humildad porque sin El no hay Salvación.

El ha fijado su Trono de Misericordia en el confesionario, donde El nos escucha a través del Sacerdote para que nosotros nos podamos humillar y al confesar los pecados a otro hombre estamos dando testimonio de que Jesús es nuestro Salvador, de que El esta aun vivo a través de los Sacramentos de su Iglesia. "Yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos"  [Mateo 28:20].

El Sacramento de la Reconciliación produce el fruto de la paz en nuestras almas y nos prepara para ser dignos de recibir el Precioso Cuerpo y la Sangre de Jesús en el Sacramento de la Sagrada Eucaristía.
 
 

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