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Reflexiones espirituales
José Belmore Arias

Todos mirarán al que traspasaron - Crucifixión, agonía y muerte de JesúsTodos mirarán al que traspasaron - Crucifixión, agonía y muerte de Jesús

Todos mirarán al que traspasaron - Crucifixión, agonía y muerte de Jesús

Todos mirarán al que traspasaron - Crucifixión, agonía y muerte de Jesús

Zacarías capítulo 12:10
Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán á mí, á quien traspasaron, y harán llanto sobre Él, como llanto sobre unigénito, afligiéndose sobre Él como quien se aflige sobre primogénito.

El día del Juicio particular, aquel momento después de la muerte se abre el Trono de la Misericordia de Dios para todos los seres humanos.

El hombre en un instante recibirá iluminación en su espíritu y conocerá lo que ojos no han visto, ni oídos escuchado; tendrá un encuentro con Dios y por un momento entrará en su omnipotencia, omnipresencia y omnisciencia y toda su vida aparecerá ante él.

Así como en un filme encontrará todo lo que hizo durante su vida, lo bueno y lo malo. Igualmente entenderá el amor de Dios y el propósito por el cual fue creado. Con los ojos de Dios el alma verá el amor tan grande de Dios que envió a su Hijo Jesús a dar su vida por esa desobediencia que en su rebeldía cometió.

Con la misma Sabiduría de Dios entenderá cuanto ofendió a Dios durante su vida y cuanto le debe, sabrá exactamente que precio tiene que pagar por su pecado y verá a Jesús crucificado y traspasado. Entenderá que no está en estado de pureza para entrar al Cielo y también sabrá si está destinado a la condenación eterna.

El alma sentirá dolor de haber ofendido a Dios hasta el punto de haberle traspasado con su pecado. Dios le hará ver claramente cuanto le ha amado y como en su bondad infinita envió a Jesús para que pagara por sus culpas.

Aquellos que lograron conocer a Jesús durante sus vidas, que vivieron sintiendo arrepentimiento de sus pecados, sentirán mucho gozo de tener este encuentro con Jesús porque durante sus vidas sintieron dolor de haberle ofendido y en ese momento sentirán mucho agradecimiento por sentirse salvados.

Aquellos que le conocieron a través del Cristianismo y que aun así, no se interesaron mucho por la salvación que Dios ofrecía, serán tentados por el demonio a continuar desafiando a Dios y si no tienen un arrepentimiento en ese momento, el Trono de la Misericordia será cerrado para ellos y recibirán su condenación.

Aquellos que durante su vida no hicieron penitencia por sus pecados, aquellos que no hicieron reparación, aquellos que no practicaron la caridad y no lograron purificación de sus almas en vida, entenderán que Dios en su Misericordia les permite entrar al Purgatorio para ser purificados en el fuego del Amor Divino.

Aquellos que aunque no fueron Cristianos, aun si fueron indios alejados de la civilización, verán también a Jesús crucificado y entenderán todo el amor de Dios para ellos que les concede la Salvación a todos los que creen y aceptan al Señor como su Señor, Dios, Rey y Salvador. Si estas almas se arrepienten y aceptan a Jesús, tendrán la salvación eterna, aunque tendrán que pagar purificación, pero si no lo hacen serán condenados.

Aquellos que durante sus vidas vivieron para el pecado, que ofendieron a Dios continuamente y que no amaron tampoco al prójimo verán a Jesús y también verán su lugar en el infierno. Su orgullo será tal, que si no admiten que Dios les ha dado un Salvador y le piden perdón, entonces serán condenados eternamente.

Entonces todos los seres humanos sin importar la raza, cultura o religión verán a aquel a quien traspasaron y entenderán que cada uno de nosotros somos culpables de la muerte del Primogénito de Dios, Jesucristo nuestro Señor.

Este es el momento más importante de la vida de cualquier alma.

Pues cuando el alma fue creada, por un instante vio la grandeza de Dios, en aquella pureza prístina del comienzo de la existencia Dios le abrazó como hijo. Pero luego le retiró ese instante de su memoria para enviarlo al mundo a conocer a Dios en la obediencia, y a amarle y servirle.

Dios nos creó puros, inmortales y eternos, pero el pecado de nuestros primeros padres ofendió a Dios de tal manera que cuando venimos al mundo venimos para ser probados en la obediencia de Dios. Y todos hemos desobedecido, con la excepción de la Santísima Virgen María que por no haber pecado, al final de su vida en la tierra fue asumida en cuerpo y alma al Cielo, ya que el castigo del pecado es la muerte del cuerpo, el cual debe regresar al polvo de donde salió.

Pero ese castigo es aplicado parcialmente para el cuerpo que regresa al polvo por la putrefacción, en cambio el alma siendo un cuerpo etéreo templo del espíritu que Dios nos da, está también sujeta a la obediencia y al castigo, y por esto al final de su propósito en la tierra, en el momento de la muerte cuando se desprende inevitablemente del cuerpo entra a esa nueva dimensión espiritual donde tiene su encuentro con Dios para responder en su Juicio particular por su existencia en la tierra.

El alma es un espejo que refleja la imagen de Dios, pero durante la vida el alma manchó ese espejo con el pecado y la oscuridad. La sangre de Cristo purifica el alma y le permite reflejar la imagen de Dios nuevamente, pero aquellos que no lograron purificarse totalmente durante su vida, necesitarán del fuego del Amor Divino para ser purificados.

Durante la pasión agonía y muerte de Jesús, el alma de Jesús ardió con el fuego del Amor Divino, pues en ese amor vio todas las almas y sufrió por ellas, vio como todas las almas condenadas se arrancaban de su alma para tirarse al fuego eterno de la muerte eterna.

Jesús crucificado es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, 1a Corintios capítulo 5:7 Desháganse de la vieja levadura para que sean masa nueva, panes sin levadura, como lo son en realidad. Porque Cristo, nuestro Cordero pascual, ya ha sido sacrificado.

En la cruz Jesús tuvo la victoria de la redención de la humanidad, venció la muerte, el demonio, el mundo y la carne.

Desde allí, Jesús en su omnipotencia y omnipresencia como Dios, está en todas las misas que se están ofreciendo, se han ofrecido y se ofrecerán, igualmente en todas las hostias consagradas, y en el Santísimo Sacramento del Altar, Jesús trasciende el tiempo, la materia y la distancia y desde la cruz Jesús ofrece su sacrificio personal para cada ser humano y nos da la salvación. Por eso en los Sacramentos de la Iglesia tenemos esos encuentros personales con Jesús, gracias al Sacerdocio.

Jesús me ha revelado que nosotros podemos purificar nuestras almas en el fuego del Amor Divino aun sin entrar al Purgatorio. Ese fuego purificador lo encontramos en sus Santas Llagas, Sangre, Agua, Dolores, Lágrimas y Angustias y las de la Santísima Virgen María.

Jesús me explica que cuando Él entra en nosotros nos da su cuerpo alma y divinidad, pero nosotros debemos vivir la Sagrada Eucaristía de manera que también en el espíritu entremos en él.

Debemos entrar en sus Santas Llagas, Sangre, Agua, Dolores, Lágrimas y Angustias y las de la Santísima Virgen María.
Jesús nos invita así como en Zacarías capítulo 12:10 a que penetremos ese momento de su muerte. Allí nos da su espíritu de Gracia y Oración, para que entendamos que somos nosotros lo hemos traspasado.
Todos verán al que dice la Palabra, si nosotros vivimos la Sagrada Eucaristía y seguimos estas instrucciones que dice Jesús, nosotros le veremos antes de nuestra muerte y así seremos purificados.
Jesús es mi Señor, Dios y Salvador personal, yo debo entender que fui yo quien crucificó a Jesús, no fueron los clavos, ni los soldados, ni Pilatos, ni los Judíos, fui yo quien crucifiqué a Jesús con mis pecados. Yo lo flagelé con mi impureza, yo lo coroné de espinas con mi orgullo, yo lo negué, lo insulté, lo escupí, lo golpee, le hice llevar la carga de mis pecados en la cruz y con mis pecados le causé la muerte. Y aún después de su muerte, sabiendo todo lo que hice por Él, le he traspasado su corazón con mi indiferencia.

Pobre de mí, si no fuera por la Misericordia Infinita de Jesús que tiene compasión de mí y me concede el arrepentimiento.

Jesús quiere que yo viva crucificado con Él, así lo hizo espiritualmente la Virgen María, San Juan el Apóstol, María Magdalena y la mujeres santas en el Calvario. Es solamente en la cruz donde nosotros encontramos la santidad. Es allí donde podemos entender la Divina Misericordia.

En Jesús crucificado, encontramos el momento triunfante de Cristo sobre el pecado, la muerte, Satanás, el mundo, el demonio y la carne.

Solo viviendo en su cuerpo crucificado podremos recibir ese fuego del Amor Divino que purifica el alma para la vida eterna.

Cuando recibimos el cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía, deberíamos siempre entrar en este misterio triunfante de la vida de Jesús.

Pues es allí donde Jesús tiene su triunfo y al vencer la muerte nos ofrece también la victoria de su resurrección.

No existe en la tierra, ni en el Cielo, ni en ningún lugar, algo más grande que podamos ofrecerle al Padre Eterno para el perdón de nuestros pecados que las Santas Llagas, Sangre, Agua, Dolores, Lágrimas y Angustias de Jesús y de la Santísima Virgen María.

Jesús me reveló esta oración, que se titula la “Oración dorada” me dice puede conseguir cualquier cosa que pidamos, siempre y cuando lo hagamos con fe y esté de acuerdo con la Voluntad del Padre.

La he titulado la Oración dorada. Ofrécela conmigo por cualquier intención que tengas en este momento.

Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Preciosísima Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu amado Hijo, Nuestro Señor Jesucristo y las penas del Inmaculado Corazón de María, Nuestra Señora, Madre Dolorosa, Corredentora del mundo.

Te ofrezco las Santas Llagas, Preciosa Sangre, Agua, Dolores, Lágrimas y Angustias de Jesús y María. También te ofrezco los méritos de todas las Santas Devociones, Rosarios y Santas Misas que se están ofreciendo, se han ofrecido y se ofrecerán en tiempo y en eternidad, por la intención de mi corazón.

Querido hermano, hermana.

Dios ha destinado un momento al final de nuestras vidas para tener ese Encuentro con Jesús, pero allí estaremos expuestos a su Justicia, en cambio si buscamos ese momento ahora que estamos vivos, disfrutaremos de la Divina que Dios se regocija en darnos.

Gálatas capítulo 2:19-20
19 En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado;
20 y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Si yo puedo decir como San Pablo “estoy crucificado con Cristo”, quiere decir que mi mente y mi alma estarán siempre allí en la cruz con Jesús, meditando el dolor que le causaron mis pecados y los de toda la humanidad. Allí permitiré que el fuego de su Amor Divino me purifique para la Vida Eterna.

Si yo puedo decir con San Pablo, “No soy yo quien vive, es Cristo que vive en mí” Le estaré dando crédito a Jesús por mi vida, le entregaré mi voluntad y permitiré que como Rey reine en mi vida con su Divina Voluntad.

Y cuando yo hable de Jesús, hablaré siempre sobre el arrepentimiento que nos lleva a estar en la Paz de Cristo, y como San Pablo también predicaré a Cristo crucificado.

1a de Corintios capítulo 2:2 que nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado.

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